Las ciudades son historias en sí mismas. Escenarios de películas, recuerdos de la gente que cruza sus calles, secretos que se guardan en sus edificios. Nadie discute hoy que, en innumerables ocasiones, las ciudades son un protagonista más de las novelas que se escriben. Elegir un contexto, un lugar, que sea adecuado para el desarrollo de un argumento es casi tan importante como la trama en sí. Bilbao es, por decirlo de alguna manera, una ciudad que se reconoce por varias cosas: la lluvia, su transformación del gris al color, y por el carácter de los que viven – o hemos vivido – allí. Pero de la misma forma que Bilbao es una ciudad amada, respetada y llena de admiración, también puede decirse que, ahondando en sus capas, nos encontramos con sus errores y su eterna reticencia a cambiar. Pensaréis por qué narices os cuento esto para hablar de La ciudad de la lluvia y es por lo siguiente: uno no puede leer un libro siendo, o habiendo sido, partícipe de una ciudad. Su experiencia no es la misma. Y así como yo siempre intento disociarme de lo que leo frente a lo que conozco, con mi ciudad no puedo. Es algo imposible por mucho que lo haya pretendido. Y porque al final, en ese intercambio de pareceres que hay entre lectores y las obras que leen, las vivencias de uno acaban contaminando, para bien o para mal, lo que encuentran en la lectura. Pero mi ciudad, aunque también sea parte de la novela, no lo es todo. Y ahora toca hablar de lo que me ha parecido este libro.

Alain Lara, prometedor jugador del Athletic, descubre una vieja fotografía donde aparecen su abuelo, Rodrigo Lezo, y un gran empresario bilbaíno, Ignacio Aberasturi. La coincidente muerte de ambos hará que Alain se dedique a investigar qué ha podido suceder realmente. El viaje le llevará a algo que sucedió en el Berlín de 1941, un Berlín asolado por los nazis y que confirmará sus sospechas: hay algunos secretos que no se pueden guardar para siempre.

Hablaba al principio de mi relación con Bilbao. La primera razón para hacerlo es porque, aunque pueda parecer peregrino, es lo que me hizo interesarme por la novela de Alfonso del Río. Si hay algo que decir sobre esto es que el autor ha hecho un retrato perfecto de lo que era Bilbao en aquellos años, más aún después de las inundaciones del 83, y establece a la perfección esa devoción de los bilbaínos por el Athletic. Aquellos que no somos aficionados al fútbol y hemos tenido la oportunidad de ver lo que mueve ese sentimiento, podemos decir que es tal cual se cuenta en La ciudad de la lluvia. Algo inexplicable pero que llena de emoción. La segunda razón para hablar de Bilbao al principio no es otra que unirlo a cómo se establecen las clases sociales en esa ciudad gris de los ochenta. Porque los perfiles de los protagonistas están tan bien delimitados, tan ejecutados a la perfección, que uno no puede por menos que quitarse el sombrero ante las descripciones, los pensamientos y la forma de actuar de los mismos. La tercera y la última razón por la que he hablado de Bilbao es porque, como ya decía al principio, elegir la ciudad es tan importante como hacerlo con la trama y creo firmemente que, La ciudad de la lluvia no hubiera sido igual haciéndolo en otra ciudad. ¿Me estoy subiendo a la parra? Soy de Bilbao, ¿qué esperáis?

Pero como siempre digo, hay algunos puntos negativos que me gustaría resaltar. El primero, la parte del Berlín nazi, aunque no me haya resultado pesada, sí me ha parecido un poco deslavazada, como si se tocara todo de una forma un poco superficial. El segundo, la parte del abogado David Schaffer, al menos en sus primeros capítulos me ha lastrado un poco el ritmo de todo lo demás. Entiendo las necesidades de Alfonso del Río por contar los pasos previos para entender todo lo demás, pero creo que en algunos capítulos se ha excedido demasiado. Y el tercero, aunque no sea de una importancia exagerada, es la forma de resolver el final. Me preguntaréis: ¿cómo puedes decir que no es importante el final? No he dicho que el final no sea importante. He dicho “la forma de resolverlo”: Por una parte, creo que está muy bien: se nos presentan las cartas, resolvemos los cabos sueltos y ponemos un punto y final. Pero el último capítulo me ha sabido a poco. Esperaba algo más de información sobre el personaje más importante de la novela y no lo he tenido. ¿Es el final, por tanto, erróneo? No. Es simplemente que yo últimamente estoy con las exigencias un poco subidas.

Por tanto, La ciudad de la lluvia es una novela policíaca muy entretenida, correcta, donde se nos irán dosificando las piezas del puzzle para que, en su giro final, podamos entender absolutamente todo lo que se nos ha propuesto desde el principio. Uno de esos paseos buenos y necesarios para que la lectura se convierta en, sí, vais a leer bien, diversión.