A estas alturas, todo el mundo conoce a John Green. No hablaré de su obra más conocida, no diré nada sobre todo el fenómeno que se creó alrededor de ella. Y ni siquiera me voy a parar a mencionar las lágrimas que aquí, el que suscribe, sacó cuando llegó a su final. De lo que se trata es de hablar de Mil veces hasta siempre. Recuerdo que, al empezar este libro, mantuve una conversación con MundosDeLectura en la que le decía que con el autor tenía un pequeño problema: aunque sus novelas tuvieran protagonistas diferentes, me parecía que todas hablaban de lo mismo. Algo así como lo que me sucede con Paul Auster, pero en una obra mucho menos compleja. Y aunque me haya gustado este último título que se ha publicado en nuestro país, sigo pensando lo mismo: el dibujo que se hace de los personajes me parece muy similar. Y ojo, tampoco es que tenga nada en contra. Es una fórmula que le funciona. Así que, después de darle muchas vueltas, creo que para mí el autor se ha convertido en el perfecto retratista de los jóvenes tristes. Y ojo de nuevo, no lo digo con intención de menospreciar la labor. Yo mismo fui un adolescente triste y lleno de traumas y John Green los sabe describir como nadie. Pero si tuviera que hablar de una cosa en particular que me ha llamado la atención y que hace de esta novela un gran libro, sin duda lo tengo claro. Más adelante, la explicación.

Aza vive en sus pensamientos. Literalmente. Así que ella nunca tuvo la intención de investigar la desaparición de Russell Pickett. Pero hay una recompensa de cien mil dólares, y además está enamorada aunque ella no lo sepa, de Davis, el hijo del multimillonario desaparecido. Así que a medida que la investigación sigue adelante, los pensamientos de Aza se convertirán no sólo en lo que es, sino también en lo que más teme.

¿Quién de vosotros, al pensar con calma, ha leído libros donde los protagonistas tengan trastornos mentales? Y no, no me refiero a las novelas para adultos, sino a personajes que pueblan la literatura juvenil. Yo recuerdo alguno, pero de forma muy esporádica, tal vez una simple nota al pie en todo el argumento. Puede ser que yo no haya leído mucha literatura juvenil en los últimos tiempos, pero si algo hay que agradecer a Mil veces hasta siempre – y este es el motivo principal por el que recomiendo esta lectura – es esa claridad a la hora de mostrarnos el trastorno mental que sufre Aza. Y es curioso cómo, a la vez, consigue traspasar de alguna forma la barrera dramática para convertirla, no en un comedia, pero sí en un elemento con sabor agridulce. Porque John Green no escribe libros con finales felices, de esos que dices qué bien que todo ha salido bien para los protagonistas. Ahí tenéis otro motivo para leer este libro: no habrá moralejas porque este libro en concreto es un poco como la vida. Estamos jodidos, pero seguimos adelante. ¿Es seguir adelante un signo positivo? Lo es, sin duda, pero eso no nos quitará la amargura que tenemos. Esto es así, todos lo sabemos, pero es curioso como pocas veces nos lo encontramos en este tipo de novelas.

Pero decía al principio que todos los libros de John Green me parecían similares. Y me lo parecen por lo siguiente: en todos hay una búsqueda – de la índole que sea – que sirve como una especie de excusa para socavar los traumas de los personajes. Es ese viaje el que les va a descubrir lo que se están perdiendo, lo que son o han dejado de ser, lo que pueden perder y ganar, y el que les dará las respuestas necesarias para seguir, otra ves adelante. Mil veces hasta siempre me ha gustado mucho más que, por ejemplo, Ciudades de papel. He conectado más con los personajes, me parece un libro mucho más maduro y que tiene muchas más lecturas de las que puede parecer a primera vista. Pero sigo sintiendo como si leer al autor fuera como estar leyendo lo mismo una y otra vez, siendo esto el “pero” más grande que le puedo poner.

La literatura juvenil, en los últimos tiempos, está haciendo que muchos jóvenes tengan en mente otro tipo de realidades que, a mí a su edad, ya me hubiera gustado encontrarme. Quizá por eso Mil veces hasta siempre me parezca tan importante. En una realidad tan jodida para muchos, en una sociedad donde el estigma de los trastornos mentales sigue presente, es de agradecer que lecturas así nos pongan frente a las existencias de muchos de esos adolescentes que viven en su mundo interior y que no tienen la posibilidad de encontrar una pequeña ventana por la que ver algo de luz. Recordad lo que os he dicho al principio: no estamos ante una historia alegre, aunque tampoco triste del todo. Pero uno no puede pensar que todas las novelas tengan que tener finales felices, ¿o no?