Eduardo Madina y Fermín Muguruza. El primero, símbolo del socialismo vasco y víctima de ETA. El segundo, mito de la música vasca y símbolo de la izquierda abertzale. A finales de 2016 ambos se juntaron en Irún, ciudad natal de Muguruza, con la intención de realizar una entrevista para el magacín Jot Down. Allí hablaron sobre música, política y sus propias experiencias personales. Un encuentro cordial donde sobrevolaba una notable salvedad: la conciencia por parte de ambos de que ese mismo encuentro habría sido imposible unos pocos años atrás.

Los puentes de Moscú, novela gráfica realizada por Alfonso Zapico, es una crónica que toma como base aquel encuentro para narrar, a modo de ensayo, la aproximación de posturas en el nuevo escenario político y social vasco. Porque el cómic nos cuenta, a muy grandes rasgos, las vidas de Muguruza y Madina, sus ideas y lo que el propio autor, como figura ajena a esa realidad, aprende y reflexiona sobre lo que ha sido vivir en Euskadi, al menos desde la implicación política, durante los últimos cuarenta años. Una mirada con las carencias de quien no conoce en primera persona pero con la virtud que puede dar ver las cosas en perspectiva. Porque en muchas ocasiones Alfonso Zapico mantiene la candidez, seguramente premeditada, de quien no prejuzga porque antes quiere conocer. Admira a ambos personajes, tanto por su nivel humano como profesional, para tratarlos con un cariño y un respeto que, probablemente, hubieran estado condicionados de nacer en el País Vasco.

El libro no es un mapa detallado sobre la vida en el odio y el terror aunque tampoco creo que sea lo que Alfonso Zapico haya pretendido. Más bien es un intento de comprender un microcosmos tan complejo como el vasco. Un mundo donde Muguruza defendía la lucha armada en una época donde Madina era seguidor de Kortatu. Un escenario donde Madina perdió una pierna en un atentado etarra mientras Muguruza estuvo a punto de sufrir otro en un concierto por parte de un grupo ultraderechista. Porque ambos han vivido constantemente amenazados, ambos han enterrado a unos cuantos seres queridos y ambos reconocen estar “vivos de milagro”. Y ahí estriba el interés del cómic; en poner de relieve que, dentro de haber formado parte de bloques opuestos con la violencia marcando las pautas, ambos personajes no son tan diferentes. Que aman su tierra, su cultura, su lengua y su gente. Que están hartos del odio, del resentimiento y, aunque cada uno siga manteniéndose firme en sus posiciones, son otro ejemplo de firme voluntad por el diálogo. De respetar las ideas del otro y buscar los marcos donde la convivencia sea posible.

La reciente escenificación del desarme de ETA, casi coincidiendo en el tiempo con la salida al mercado del cómic, ayuda a entender el propio sentido de Los puentes de Moscú. La constatación de que hay heridas que nunca podrán cerrarse pero sí que se puede, y se debe, trabajar para que los años de plomo no vuelvan.

También es fantástica la escena final que muestra el momento en que Alfonso Zapico está acabando el cómic en su estudio y recibe la llamada de Madina para proponerle que el título del libro sea “La línea del frente”, el segundo álbum de Kortatu. Cuando llama a Muguruza para comentárselo, éste le responde que no le gusta porque recuerda demasiado a esa época. En su lugar propone “Zubigileak”, cuya traducción es “los que construyen puentes”. Un título que, cuando Zapico se lo propone a Madina, le avisa en tono de broma de que las negociaciones con la izquierda abertzale van a ser complicadas. Finalmente, el autor elige como solución intermedia Los Puentes de Moscú porque Moscú es como llaman popularmente al casco viejo de Irún.

Una amable metáfora de que aún sigue quedando un largo camino pero que esos puentes ya están construyéndose.