La historia de mi cuerpo no es una historia de triunfo”. Con esta rotunda afirmación comienza Hambre, el relato autobiográfico de Roxane Gay. Un ensayo contundente que cartografía los contundentes 265 kilogramos que llegó a pesar la autora.

Hambre es la historia de un cuerpo desmesurado pero también la de un espíritu desbordado que ha estado, desde la adolescencia, sintiéndose apartada de su cuerpo. Porque la vida de Roxane Gay ha sido la de estar encerrada en una enorme masa de carne y órganos que nunca reconoció como propia y la de un alma que nunca quiso tener la experiencia que le tocó vivir. Una historia tremendamente cruda y visceral donde, usando las propias palabras de la autora, se ha abierto en canal para mostrar su interior en toda su amplitud.

Sin lugar a dudas, es uno de los libros, hablando en general, que me han parecido más impactantes. Un título que, a primera vista, me llamó la atención por su propuesta crítica a la cultura de la imagen pero que no me hacía imaginar lo asfixiante y angustioso que podría resultar en su contenido y, sobre todo, en su honestidad. Porque la escritora fue víctima, aunque ella prefiere considerarse una “superviviente”, de una horrenda violación en grupo cuando tenía doce años. Una persona, como tantísimas otras, cuya vida tras ese fatídico momento giró radicalmente hacia un infierno personal. Un espantoso trauma que vivió en un férreo silencio por la vergüenza que le supuso y el sentimiento de odio a sí misma en el que desembocó. Y cuya única vía para evitar que aquello se repitiera fue comer compulsivamente. Primero, con la intención de calmar la ansiedad y después para engordar hasta volverse físicamente repugnante para los hombres.

Un episodio durísimo, contado con la fría objetividad y la efectiva parquedad narrativa que mantiene todo el ensayo, que estuvo a punto de hacerme abandonar la lectura. Sin embargo, como en la propia vida, siempre había algo que me llevaba a seguir pasando las páginas. Quizá se deba a que Hambre es una crónica necesaria de cómo es sobrevivir al horror y cómo es vivir en el autodesprecio. De cómo soportar el devenir errante que conlleva una vida destrozada en contra de la propia voluntad. En el inmenso dolor que sigue a una violación.

Aunque Roxane Gay tampoco permanece anclada en la autocompasión. Sus palabras también son una crítica a las dificultades de vivir con un cuerpo completamente diferente en un mundo que no está adaptado a él. Un cuerpo que no solo resulta una vergüenza para la autora si no que resulta vergonzoso para los demás. Por eso, acierta desmontando esta cultura de la imagen y del éxito basados en ideales inalcanzables donde nadie está libre del malestar consigo mismo; de la autoinculpación por cosas de las que nadie es culpable. Desde el cuerpo hasta el sexo pasando por la raza y la situación laboral y económica. Y ahí está el magnífico ejemplo que hace de Oprah Winfrey donde se cuestiona qué clase de sociedad tenemos cuando una persona con tal éxito a todos los niveles tampoco se siente bien en su propio cuerpo.

Dentro de la aspereza del contenido, reconforta ver, con prístina claridad, la crueldad de este sistema de valores. Porque no es necesario haber vivido el mismo horror para sentirse identificado en las dudas y malestares sobre la propia percepción física y personal. Hambre es un sólido espejo que nos ofrece una perspectiva que agobia, y en ocasiones asusta, pero ayuda a replantearnos el mundo en que vivimos. Y sobre todo, a reconsiderar la imagen que tenemos de nosotros mismos y la que tenemos de los demás.

También resulta gratificante leer que no todo fue malo y que el relato ofrece momentos para respirar algo de oxígeno. Roxane Gay admite recordar poco de su infancia pero las fotografías familiares, los documentos gráficos que sustituyen a una memoria que ha querido olvidar voluntariamente, demuestran que su infancia fue feliz. Ser hija de unos padres acomodados de origen haitiano la permitió estudiar en los mejores colegios y universidades del país; algo que sería determinante para su futuro laboral como escritora y catedrática de literatura. Es bonito leer sus descripciones de una familia culta, progresista, llena de amor, afecto y muy unida. Algo muy poco común para una familia negra en los Estados Unidos.

Durante muchos años, demasiados, sus padres nunca supieron lo sucedido y eran incapaces de entender qué le pasaba a su querida hija. Quienes, a pesar del dolor de la incomprensión, jamás dejaron de amarla y apoyarla en todo lo que necesitaba. Privilegios que Roxane Gay reconocía desde muy joven pero cuya durísima situación personal le impedían aprovechar y disfrutar llevándola a envidiar a esa niña inteligente, talentosa y guapa de las fotografías que podría haber tenido una vida buena y tranquila. En definitiva, la persona que nunca llegó a ser.

Una dicotomía que está muy bien representada en el intenso capítulo donde la autora habla de su agresor, el chico del que estaba profundamente enamorada y que la violó junto con sus amigos. Cuenta que, durante casi treinta años, no ha dejado de pensar un solo día en él. Ni en lo sucedido. Sabe cómo es su vida porque le ha encontrado a través de las redes sociales. Una vida que parece haber ido bien y de la que se pregunta cómo seguiría siendo si su mundo conociese la verdad. Se pregunta si reconocería por la calle a la novia que violó en la adolescencia. Si tiene algún remordimiento. O si recuerda siquiera lo que pasó. Roxane Gay no perdona. No puede. Y desearía enfrentarse algún día con él, cara a cara.

Mientras llegue ese momento, del cual no está segura de que pueda tener el valor suficiente para hacerlo, la autora va mostrándose más optimista. Su relato, sin perder profundidad, va ganando la ligereza que otorga la aceptación y la madurez. Admite que sigue sin gustarle su cuerpo y sigue anhelando tener otro, pero ya asume que debe aprender a estar dentro de él y quererlo. En su traumático y doloroso proceso vital también ha logrado darse cuenta de que es una persona querida y muy apreciada. Porque, en contra de sus pensamientos, ha logrado encontrar una voz propia y un espacio mediático para ser una referencia de muchísimas personas cuyas vidas también han sido cruelmente destrozadas y despreciadas por un sistema que las condena a la vergüenza, al odio a sí mismas, al silencio y al olvido.

En estos momentos donde la cultura de la violación y su relativa impunidad se encuentra en el centro del debate público, historias como Hambre se tornan fundamentales para entender la verdadera gravedad del problema y su dimensión. Y ahí es donde resulta gratificante comprobar que las primeras palabras de Roxane Gay no estaban en lo cierto. Su historia personal es la de un gran triunfo porque Hambre, y todo lo que representa, es un verdadero logro.