Aunque el título no anime a su lectura, ver la fotografía de Amélie Nothomb en la portada me despeja cualquier duda sobre su interés. Riquete el del copete es una reedición moderna de un cuento de Perrault. Un hecho que la autora introduce como autorreferencia dentro de la propia historia como un juego literario. La historia es breve y aparentemente sencilla, como casi todas las de Nothomb, y en ella seguimos la vida de dos personajes: Déodat y Trémière.

Déodat es un niño que físicamente provoca el desprecio de todos, incluidos sus propios padres, porque es muy feo y cheposo pero que sorprende al mundo por su brillante inteligencia. Trémière es una niña a la que todo el mundo considera tonta, incluidos sus propios padres, porque no quiere expresar sus pensamientos pero que despierta la admiración y envidia de los demás por su desbordante belleza física.

Como en cualquier fábula, todo resulta predecible. Los niños van haciéndose mayores, son víctimas de los prejuicios que pesan sobre ellos, viven algunos momentos traumáticos, grandes decepciones sentimentales, el dolor por la muerte de los únicos seres queridos que les entienden y desarrollan exitosas carreras profesionales. En definitiva, unas trayectorias vitales que van aproximándose hasta que llega el final feliz donde se conocen, se enamoran y terminan siendo dichosos. Y, como en cualquier fábula, los mensajes son sencillos: que toda la belleza está en el interior, que el mundo es cruel pero que, con voluntad y actitud, uno puede ser feliz y que el amor siempre triunfa.

Un cúmulo de clichés que provocarían rechazo en un lector contemporáneo de no ser por el fantástico toque de extravagancia que Amélie Nothomb siempre concede a unos personajes que están totalmente fuera de la norma, que mantienen conversaciones geniales y aportan unas reflexiones magníficas. Prejuicios que también podrían caer fácilmente en el reduccionismo sexista pero quedan salvados porque, en el fondo, ambos personajes son brillantes y maravillosos y es la sociedad quien ni los ve así ni los acepta como tales.

Tras el esperable desenlace, Amélie Nothomb dedica unas cuantas páginas a realizar un pequeño ensayo sobre la naturaleza del cuento como género, del tema del amor y los finales felices en la literatura francesa y universal. Una especie de anexo que, a mi juicio, resulta tan curioso como innecesario. Como si la autora, a pesar de su amplio reconocimiento literario y éxito editorial, tuviera que justificarse por haber realizado la adaptación de un viejo cuento que acaba bien. Al fin y al cabo, ahí radica la gracia de los cuentos; que sirven como metáfora de la realidad pero casi nunca son realistas. Porque Riquete el del copete, como tantísimos otros cuentos, quizá no sea una gran obra literaria, y probablemente no sea uno de los libros más destacables de la autora, pero resulta muy simpático y ameno. Una novela de muy rápida lectura pero que posee un cierto contenido dentro de su ligereza. Lo cual es de agradecer.