ADVERTENCIA: No debe leerse la “Nota del editor” que aparece al final, antes de terminar el libro. Yo, pensando que era una información sobre el libro, me he tragado el mayor spoiler de mi vida.

Todo aquel que me conoce, que habla conmigo de libros, o que me ha leído en alguna que otra reseña que ha salido publicada por ahí, sabe que cumplo con la tradición de los prejuicios. Durante años, en mi trabajo, he visto cómo las mesas de la librería donde trabajaba se llenaban de las novedades literarias escritas por “famosos”, relegando a un segundo plano los títulos escritos por otro tipo de personas que, sin aparecer en la televisión, habían parido una historia que merecía mucho la pena. Funciono de esa manera, como si tuviera la escopeta cargada, para no llevarme decepciones futuras. Pero también, todo aquel que me conoce sabe que tiendo a borrar mis prejuicios y me adentro en los libros de cualquier tipo para poder opinar sobre el asunto, no simplemente para escribir sobre lo mal que está el mercado literario en estos momentos, sobre la deriva casi caótica que llevan ciertas editoriales, o para criticar algo desde una posición de rabieta de niño pequeño. Y me alegra cuando alguien consigue darme una pequeña bofetada y disfruto con un libro que, según algunos críticos literarios, a mí no me tendría que gustar porque, ya se saben las frases tipo: “eso no es literatura”, y un largo etcétera que ya me he cansado de reproducir. Así que, ¿y si tengo que decir que la primera novela de Carme Chaparro me ha entretenido, qué pasa? Pues absolutamente nada porque, afortunadamente, para gustos están los colores. Para todo lo demás, lo mejor es tomar bicarbonato para la acidez literaria de estómago.

Ana Arén debe enfrentarse a lo que parece la vuelta de Slenderman. Otro niño desaparece en el mismo supermercado donde, dos años atrás, se esfumó sin dejar rastro Nicolás. Ese caso supuso un antes y un después en su carrera y dejó aterrada a toda España. ¿Ha vuelto a ocurrir la peor de las pesadillas? ¿Quién está detrás de esas desapariciones? Y lo más importante, ¿lograrán encontrar, esta vez sí, a los dos niños?

No soy un monstruo es una novela policíaca arquetípica. Cumple con los requisitos que se manejan en el género, introduce elementos más o menos novedosos en el argumento y nos presenta un giro final que quiere dejar al lector con la boca abierta – y que, si yo no me hubiera comido antes de tiempo su desenlace, hubiese disfrutado mucho más –. Los personajes están muy bien construidos y, aunque en algunos momentos alguna explicación en la vida de los mismos me ha lastrado un poco el ritmo de la novela, lo que es de recibo es reconocerle a Carme Chaparro haber creado una línea argumental sólida donde no se deja nada al azar. Y mirad, eso es mucho más de lo que puedo decir de algunas novelas que se presuponían iban a ser las que lo iban a cambiar todo en el panorama literario español y que lo único que hacen, en estos momentos, es acumular polvo en mi estantería.

Pero lo que creo más importante destacar es lo que hay detrás de la novela. Todo lo que leamos, en materia de novel policíaca, puede leerse de dos formas. Atendiendo únicamente a la parte criminal – presentación de los personajes, desarrollo de los acontecimientos, desenlace de la trama – o entender la crítica social que existe. El sensacionalismo, todo lo que puede hacerse por ser noticia, el machismo, la ineptitud en la cadena de mando, todos conceptos que están presentes en el libro y que amplían mucho más el universo de No soy un monstruo.

Por sacarle unos pequeños inconvenientes a la novela de Carme Chaparro podría decir que, sin destrozar el argumento, esperaba una descripción mayor de uno de los posibles asesinos y no haberlo resuelto de forma tan rápida y que, al final, en sus últimas páginas, he echado de menos a Ana Arén. Ver sus reacciones, leer sus palabras, llegar a ese punto final con lo que ella nos tiene que decir sobre lo que ha sucedido realmente en toda la historia.

Decía al principio que tengo prejuicios. Y lo reconoceré siempre. ¿Pensaba que esta novela iba a defraudarme? Lo pensaba. ¿He disfrutado con ella? Lo he hecho. Y al final sólo nos queda eso: abrir un libro, seguir leyendo si nos interesa, y terminarlo sabiendo si queremos recomendarlo o no. Eso es todo.