Secretos. Como una explosión. Pero una silenciosa, que detona dentro del cuerpo, llenando los órganos, recorriendo cada centímetro de piel, descontrolando el pulso, convirtiendo la voz de alguien en un susurro perpetuo. Secretos. Que recorren un paisaje rural lleno de depresiones y alguna que otra puerta cerrada. Y en el fondo, en un punto lejano de un cuadro que creíamos conocer demasiado bien, una nueva figura se presenta silenciosa, sin haber llamado, haciendo evidente lo que ya sabíamos: que no somos nadie. Que somos los responsables de lo que nos sucede, de lo que decimos, pero más importante todavía, de lo que callamos. Porque los secretos, después de la explosión, dejan el olor de un humo invisible que tardará años en desaparecer, si es que en algún momento lo hace. No estamos programados para evitar la vida, pero tampoco para enfrentarnos a ella. Y así, en una especie de locura compartida de la que todo el mundo es cómplice, van encadenándose las palabras que guardamos, como eslabones malditos de una cadena que convierten lo que pudo ser extraordinario en una carrera de huida. Porque los secretos son como una explosión, cierto, pero también con como cepos que, agarrados a la carne, no nos permiten avanzar hasta que no hemos abierto sus fauces. Así son los secretos. Así es nuestra vida. Así es Tres mil noches con Marga.

La vida de Marga en Alaska cambia de la noche a la mañana cuando recibe la llamada de su madre. Su padre está enfermo, le queda poco tiempo de vida, y no le queda más remedio que visitar a su familia. Pero Marga no viaja sola. En su camino de vuelta llevará consigo el secreto por el que se fue del lado de los suyos, dispuesta a revelarlo. Un secreto que no ha podido enterrar.

La novela de Pedro Ramos puede parecer sencilla en sus formas, pero en su fondo no lo es. Con un estilo alejado de florituras, la lectura se convierte en una fotografía en movimiento que refleja diferentes años en la vida de una mujer, Marga, protagonista absoluta de esta historia donde elementos tan esenciales en la literatura como la familia, los secretos, el deseo y el pasado, aparecen para construir un todo sin ningún fallo y que resulta bastante certero para quien lo está leyendo. Decía en la primera frase que puede parecer sencilla en sus formas. No lo digo, en ningún caso, como elemento negativo ya que creo que esa sencillez es lo que contribuye a que el lector entre dentro de Tres mil noches con Marga de una manera mucho más directa y que sea ese fondo, las relaciones que se establecen entre los personajes – especial atención a la creación de tres: Marga, Ana y Julia –, el que cree la experiencia que se pretende con la obra. Quizás, y dadas las últimas lecturas que han caído en mis manos ya es decir mucho, el único aspecto negativo que puedo darle es la profusión de personajes al principio que hizo que se mezclaran en mi cabeza algunos de ellos y perdiera la referencia durante unas pocas páginas.

Hablamos durante tantos días sobre novelas, libros, lecturas, que al final parece que estamos buscando siempre la obra maestra que nos cambie la vida por completo. Hace un tiempo me di cuenta del error porque eso, precisamente esa forma de pensar, es lo que hacía que no disfrutara de aquello que leía. Tres mil noches con Marga ha sido uno de esos libros que uno empieza casi sin querer, como si estuviera viendo a unos personajes que ya conoce y con los que se vuelve a reencontrar, para sacudirte – sobre todo en la parte final – con el secreto que se guarda y del que sólo el lector es partícipe. Pedro Ramos ha conseguido una historia dura, completa, un cuadro perfecto que, dividido en tres momentos vitales de la protagonista – la actualidad, los años de la droga en Galicia y la boda de uno de los personajes –, logra crear esa sensación de búsqueda de la identidad, del silencio que sigue a lo que no estamos dispuestos a afrontar, convirtiendo un tema tan universal como la familia en algo que nos concierne a todos. O no a todos, pero quizás sí a aquellos que sabemos que dentro de cada uno de nosotros existen siempre secretos que no podremos compartir por mucho que lo deseemos.

Los secretos terminan por destruir una parte de nosotros. Van pudriendo la inocencia, el pasado, la ingenuidad, mientras el presente va cambiando el paso y nos abofetea para siempre. Y es que así es Tres mil noches con Marga, una pequeña bofetada de realidad que no deja marca visible en el cuerpo, pero con la que su ruido, ese que sigue al contacto con la piel, permanece para recordarnos que el silencio no es una huida. Sólo es otro cómplice más.