Hubo un tiempo en que lo que nos llegaba de Cuba estaba tamizado por el barniz de los sueños. Literatura, cine y música mostraban a veces aspectos más duros de la realidad de la isla, pero, por alguna extraña razón, en España gustábamos de apartar lo ingrato, o minimizarlo, y quedarnos sólo con lo luminoso. Como esa máxima del mal periodismo que rezaba: “No dejes que la realidad te estropee una buena noticia”, pareciera que muchos españoles preferíamos olvidar las malas nuevas y creer que no era para tanto, o que quizá había intereses detrás de esas informaciones, no fuera a ser que se nos estropeara la imagen que tanto nos había costado construir.

Pero entonces nos fueron llegando, entre otros, libros como Antes que anochezca, de Reinaldo Arenas, las novelas de Leonardo Padura, las de Pedro Juan Gutiérrez, y nos mostraron una realidad distinta, cierto que de muy diversa manera. La obra de Vladimir Hernández, que curiosamente comenzó escribiendo literatura fantástica (cuando vivía en la isla) y ahora, años después de su partida, se ha especializado en novela negra, ahonda en esta visión. No podía ser de otra manera en un autor que escribe sobre la Cuba más reciente, la de bien avanzado el siglo XXI. Muchos lo conocimos con Habana Réquiem, que fue elegida una de las diez mejores novelas negras de 2017 por El País, pero ya entonces había publicado Indómito, título que obtuvo el Premio L’H Confidencial y que mostraba muy bien sus cartas: una escritura con músculo, una trama bien estructurada y, sobre todo, un fondo que corría paralelo a la trama y tenía mucho de social. Eso era en realidad lo más novedoso de su literatura, por más que estuviera envuelto en los cánones -por otra parte estimables- de la tradición noir. Sirviéndose de una interesante trama policiaca, Vladimir Hernández nos mostraba una Cuba, la del aperturismo, y nos contaba que en realidad el aperturismo no era tal, y sacaba a la luz esa otra vida de La Habana que no se ve a primera vista pero es real y poliédrica, corrupta, amoral. Una sociedad que en realidad son dos: la de los (pocos) privilegiados y la de todos los demás.

Habana Réquiem fue el primer título de una trilogía que ahora continúa con Habana Skyline, una novela más madura que su predecesora. Un sicario, un funcionario corporativo y un agente infiltrado muerto por sobredosis de éxtasis son las primeras piezas de una trama en la que repiten personajes como Eddy, policía un tanto peculiar que sin embargo tiene un código al que intenta ser fiel, igual que, por encima de todo, y a pesar de todo, intenta hacer su trabajo. La historia engancha desde el principio y tiene a los personajes bien definidos. Elimina algunos secundarios que podrían entorpecer la acción y a cambio profundiza más en esa realidad en la que se desarrolla la historia. Los diálogos tampoco tienen desperdicio, y hay que agradecer al autor que, como en el título anterior, haya incluido un glosario de términos cubanos.

Una buena novela, Habana Skyline, de quien ya es para muchos “el nuevo maestro del totalitarismo noir”, ese género negro que, en vez de tener como escenario las sociedades democráticas, habita en las totalitarias. El nombre de Vladimir Hernández se une así al de autores ya consagrados como Tom Rob Smith o Philip Kerr. Pero si ellos sitúan sus historias policiacas en la Unión Soviética de los últimos días de Stalin o en la Alemania nazi, Hernández se mete de lleno en la Cuba pos-Fidel. Una apuesta que tiene doble mérito: el de la novedad y el de la valentía, porque, aunque muchos no lo sepan o no quieran saberlo (como lo de lo sueños que decía al principio), hace falta cierta dosis de valentía para escribir un libro así, aunque el autor dejara su país hace tiempo y aunque Fidel Castro ya no esté entre los vivos.