Saxifraga alba. Una flor. Y en ella, una historia. Una que permanece, que se queda en un rincón de no sé muy bien qué parte del cuerpo. Una historia como una caricia, como esas que preceden a la tempestad que nos dejará exhaustos; como ese ir y venir de palabras que lo significan todo y silencios que quieren quedarse para siempre, eternos, como si fueran las respuestas, lo único a lo que podemos aferrarnos una vez terminadas ciertas novelas. El silencio. El mirar al horizonte y quedarse callado; el retener cada sonido alrededor, mientras nosotros permanecemos recordando aquello que hemos leído, lo que nos ha propuesto Claudia Casanova, la delicadeza de un flor, pero también el dolor de lo que no vivimos, de lo que recordamos, de lo que sentimos y debemos olvidar, por nuestro supervivencia, para que lo que duele se quede anestesiado, como dormido, aunque no desaparezca del todo. Saxifraga alba. Una flor. Y en ella, dos personas que, entrelazadas como sus ramificaciones, se envuelven el uno al otro y son capaces de enfrentarse a un destino incierto. Una historia y la Historia. Dos existencias que se extinguen a través de lo escrito, pero también un amor a la botánica, al descubrimiento, al papel de la mujer, al deseo, a la verdad más absoluta y a la mentira más huidiza. Todo en una flor. Todo, absolutamente todo, en una novela.

Alba, amante de las flores, cataloga con minuciosidad aquellos ejemplares que encuentra en los paseos con su hermana. Al pequeño pueblo donde viven, llega un extranjero, Heinrich Wilkomm, que hará que el mundo de la botánica entre de lleno en el pequeño cuerpo de la muchacha y en la que el deseo y el amor se funden. Un amor que debe permanecer en secreto. Un amor que lo cambiará todo y que se convertirá en el nombre de una flor, para siempre.

No tiendo a leer este tipo de novelas. Pero me la recomendaron con verdadera devoción y uno tiende a hacer caso a aquellos a los que respeta. Y a los que admira, más. Por eso, cuando recibí un ejemplar de Historia de una flor me puse en ese mismo momento a leerla. No hay que alabar – porque no hace falta, tan solo tenemos que ver la edición que se ha marcado la editorial – la preciosidad de ejemplar que es la novela de Claudia Casanova en sus formas externas. No estoy aquí para eso. Pero para hablar del interior sí que voy a explayarme, como si toda la verborrea que utilizo habitualmente en mi trabajo me sirviera, en este caso, para poder entender de una vez todo lo que ha supuesto esta lectura en el momento oportuno.

En primer lugar, hablar de la sensibilidad de la autora para contarnos la historia. Uno va leyendo Historia de una flor como si fuera un baile, con cada paso medido, con la premura de quien quiere saberlo todo los personajes, pero también con la cautela de quien quiere que dure un poco más, sólo un momento, un simple receso en este caos tan enfermizo que es la realidad de ahí fuera. En segundo lugar, el mundo de la botánica, de las flores que existen, del amor a la ciencia y al papel de la mujer que intenta romper las barreras de la realidad por el simple hecho de ser ella, de haber nacido mujer, en un mundo de hombres y para los hombres. Claudia Casanova rinde su particular homenaje a Blanca Catalán de Ocón, a todas aquellas que permanecieron en el silencio de quien no parece existir, pero lo hace, lo lucha, lo pelea con las armas de las que dispone. Una historia sobre una mujer, Alba, que descubre dos pasiones al mismo tiempo. En tercer lugar, los personajes. Desde Alba, que es uno de esos personajes que el lector agradece desde el principio, hasta el odiado Fernando, que funciona como contrapunto perfecto a todo aquello que queremos para la protagonista. La autora crea un mundo tan exquisito con una aparente facilidad que sólo nos queda, y hay que agradecerlo, disfrutar de ello.

Saxifraga alba. Una flor que lo significa todo, que supone un descubrimiento, la fractura de quien no conoce la vida y, de repente, cae rendida a la existencia. Una historia de ficción, pero también la verdad envuelta en la imaginación de una autora. La Historia, y en su devenir dos cuerpos que se enredan, se solapan, se encuentran y se admiran. Aunque la realidad no lo quiera, aunque la pasión encuentre la grieta que resquebrajará lo que se ha creado. Saxifraga alba. Termino esta reseña a la mañana, mientras la luz va apareciendo, como lo hace esta novela: con la delicadeza de quien abraza.