Resulta muy agradable encontrarse con novelas que te sorprenden por lo inesperado. No tanto por la originalidad de la trama o el virtuosismo de su prosa sino porque no imaginabas verte encandilado por la sencillez profunda del relato y la desconcertante honestidad que lo empapa. Adentro tampoco hay luz de Leila Sucari me parece uno de esos pequeños y maravillosos descubrimientos.

Es la historia, narrada en primera persona, de una niña que, contra su voluntad, se va a vivir con su rígida abuela y su exuberante prima al campo. Sin un padre conocido y una madre depresiva que rehúsa hacerse cargo de ella, la niña vivirá encariñada de la chancha, una cerda, que tienen en la casa y un lagarto que encuentra. Porque los animales serán los únicos a los que entienda y verdaderamente ame. Sobre todo cuando la madre reaparezca para vivir con ellos junto a su nuevo novio, una especie de yogui que sólo habla de espiritualidad y reniega del mundo material pero se dedica a parasitar en la hacienda familiar.

A partir de ahí, la protagonista se enfrentará a una nueva vida en un colegio al que no logra adaptarse y unas relaciones sociales chocantes con una abuela que vive para sobrevivir, una prima que solamente piensa en chicos y la lleva a lugares sórdidos y una directora de escuela que vive anclada a una vida fantástica que jamás sucedió. Y mientras las cosechas van pasando y los cursos se suceden, la niña va creciendo con el descubrimiento de la muerte, la enfermedad, el sexo, la violencia, el dolor, la religión, la pobreza, la decepción, el desapego, la hipocresía y la frustración del mundo adulto. Y lo hará como cualquier niña, sin darse cuenta de que se está convirtiendo en una adulta. Un mundo exclusivo de mujeres donde el hombre está ausente por su irresponsabilidad y desinterés.

Leila Sucari ha creado una novela breve, directa y concisa de capítulos cortos y letra grande que funciona, más que como un relato al uso, como un extenso poema. Porque está formada por retazos de pensamientos y de esos retazos surgen imágenes que, como la poesía, hay que unir y leer entre líneas para entender en su totalidad. Y que, al hablar de lo desagradable, incluso de lo grotesco, lo hace con la misma elegancia que cuenta las cosas más bonitas de la vida y las más trascendentes. Ahí están como meros ejemplos el horror de la niña ante esa primera menstruación de la que nadie le había hablado nunca y que siente como un morir y las preciosas imágenes sobre cómo cree que debe ser Dios manipulando las nubes desde el cielo.

Cuando hablaba de lo inesperado era porque ni la sinopsis me había llamado especialmente la atención ni tampoco esa narración hecha con frases cortas y directas, propias de una niña, y episodios que saltan rápidamente de un lado a otro. Sin embargo, a medida que seguía leyendo, por esa magnífica fluidez que tiene la narración, iba sumergiéndome en esa candidez no pretendida y descubriendo que lo que parecía deslavazado empezaba a tomar forma y que el verdadero relato está en todo lo que no se cuenta. Que, como la buena literatura, la auténtica historia queda siempre sugerida en lo que sucede alrededor de la niña y que ella es incapaz de entender pero nosotros, como adultos, comprendemos perfectamente.

También me ha gustado mucho el halo de universalidad que impregna toda la novela. En ningún momento conocemos el nombre de la niña ni de ninguna de las mujeres de su familia que protagonizan Adentro tampoco hay luz. De la misma manera que tampoco sabemos en qué pueblo de Argentina se desarrolla la trama ni el año. Y con esta ausencia de referencias Leila Sucari logra hablar sobre la infancia de cualquier persona, independientemente del género, la nacionalidad, la cultura, la época o sus circunstancias. Porque todos hemos vivido dentro de esa burbuja de ignorancia, que muchos se obstinan en llamar inocencia, donde uno desconoce qué pasa a su alrededor ni que está pasando dentro de sí mismo pero sabe que algo está sucediendo y es importante. Todos hemos experimentado, con cierto trauma, nuestros cambios físicos y el doloroso conocimiento de algunas verdades. Hechos que solamente entendemos, y no siempre, cuando nos hacemos adultos.

Adentro tampoco hay luz habla sobre el descubrimiento de la vida y en sí misma es otro pequeño descubrimiento. Porque lo que cuenta tiene eso mismo de la vida, que parece no hablar de nada en especial cuando, en realidad, está contando todo lo importante.