Todo lo bello tiene su lado oscuro”.

Esta frase recorre El señor Origami, la novela de Jean- Marc Ceci. Quizá como explicación poética del trasfondo de la historia. En concreto, la historia de Kurogiko, un joven japonés que, con veinte años, abandona repentinamente Japón para irse a vivir a una casa abandonada en una zona rural de Italia. Nadie en el pueblo sabe por qué. Él tampoco quiere decirlo pero es porque un día se enamoró de una turista italiana nada más verla.

No llevaba consigo más que tres esquejes de kozo, el árbol con el que se fabrica el washi; el papel de la mejor calidad para realizar el origami. Y así, durante unas cuantas décadas, vivirá Kurogiko hasta que aparezca Casparo, un joven relojero que también está evadiéndose de la civilización porque desea crear un reloj que contenga todas las medidas de tiempo.  

Todo lo bello tiene su lado oscuro” se repite en la novela porque, tras el arte del señor Kurogiko, se esconde una triste historia familiar y, tras su propia huida, está la necesidad de rellenar un vacío al que nunca ha tenido el valor de enfrentarse. Algo semejante a la realidad de Casparo. Un encuentro donde ambos se verán irremediablemente obligados a tomar alguna decisión trascendental en sus vidas.

No puedo decir más sobre la trama. En parte porque tampoco hay mucho más que decir. El señor Origami es una novela que no parece una novela. Más bien está escrita como un haiku. Dividida en cuatro partes y con capítulos tan breves que pueden llegar a constar de una sola frase. De hecho, a simple vista, parece casi el tratamiento de una novela. Unas anotaciones hechas por Jean- Marc Ceci a vuelapluma para delimitar la estructura de la historia y su posterior desarrollo. Un libro que se lee en un suspiro y que, más bien, parece el esqueleto de un libro.

Otras veces, lo que cuenta, parece una sucesión de clichés sobre la filosofía oriental y su cultura. De frases pretendidamente profundas y actitudes aparentemente espirituales que pueden resultar demasiado manidas. Pero también es cierto que hay una gran belleza en esta historia de Jean- Marc Ceci y en esa manera tan atípica de contarla. Porque esas frases despojadas de cualquier información que no sea básica y esa narración que evita cualquier floritura léxica y gramatical logra crear imágenes realmente bellas y poderosas que mantienen una coherencia donde se explica perfectamente bien todo lo que sucede.

No puedo decir más sobre la novela. Quizá porque tampoco haya nada más que decir.