De los muchos problemas que tiene el ser humano, el dinero seguramente sea el principal. Por ser origen de la mayor parte de los conflictos y fuente de muchos de los grandes horrores que el ser humano ha perpetrado. Y es que nuestra relación con el dinero es del todo contradictoria. Por un lado, lo tratamos con cierto desdén. Decimos que no es lo más importante en la vida, que nuestros valores e intereses vitales están muy por encima de la burda materialidad que representa. Pero, por otro lado, hacemos lo posible por ganar más, solemos actuar como si fuera lo más importante y suele ser causa de graves disputas con familiares y amigos.

¿Qué nos ofrece algo que, en realidad, no tiene valor en sí mismo? ¿Por qué alienamos nuestro tiempo, el cual se supone infinitamente más valioso, para conseguir algo que es ficticio? ¿Por qué tomamos muchas decisiones que van contra nuestros verdaderos intereses para ganar algo que siempre es insuficiente y nos genera tanta ansiedad? ¿O por qué preferimos cortar relaciones con un ser que era querido por una herencia aunque sea escueta?

¿Qué tiene el dinero que puede llevarnos a hacer cualquier cosa? ¿Es la seguridad que nos otorga? ¿La comodidad que nos permite conseguir? ¿El anhelo de sentirse poderoso? ¿La humana necesidad de reconocimiento por parte de los demás? Hemos escuchado hasta la saciedad que el dinero no da la felicidad. Que las personas que ganan premios desorbitados en la lotería terminan en una situación vital y material mucho peor de la que estaban. Pero somos conscientes de que la ausencia o escasez de dinero también es una fuente de infelicidad. Sabemos que muchos ricos no siempre disfrutan de sus vidas pero sabemos que los pobres también sufren. Quien viaja por países asolados por la pobreza y la precariedad nos dice que esa gente no tendrá nada pero son felices. Aunque no es un argumento con el que siempre haya comulgado, puede que sea cierto en muchas ocasiones. Que la carestía material despierta la imaginación, el entusiasmo por lograr objetivos y una fuerte cohesión entre las personas que se encuentran en la misma situación. Pero también es verdad que si nos dan a elegir entre ser ricos o ser pobres, la mayoría preferiríamos elegir la abundancia. Al fin y al cabo, si la vida va a ser dura y frustrante, sería mejor pasarlo mal con unas abultadas cuentas bancarias. Y quien diga lo contrario, seguramente mienta. Ya he conocido a bastantes denostadores del capitalismo (sistema que, indudablemente, es una porquería) con algunas de las actitudes más despreciables del prototipo capitalista.

Mark Boyle es un activista irlandés fundador del movimiento Freeconomy, una plataforma multidisciplinar que busca replantear el concepto de dinero en un mundo cruel y degradado por éste. La idea de Freeconomy es que la gente empiece a concebir sus vidas alejadas de la idea que siempre hemos tenido sobre el dinero. Un modelo económico que explota al ser humano y destroza la Naturaleza poniendo en peligro nuestra propia supervivencia. En definitiva, crear una comunidad fuerte donde la solidaridad esté por encima de cualquier otro valor y las personas se ayuden entre sí para lograr vivir como deseen de una manera armónica y respetuosa con el planeta.

La idea es muy bella. De hecho, es el mundo ideal con el que muchos soñamos. Pero existe un problema importante y se llama realidad. Ese elemento tan molesto con el que siempre nos damos de bruces.

Vivir sin dinero es el ensayo muy ameno y con un sentido del humor magnífico donde el autor quiso dar ejemplo de sus ideas y cuenta cómo fue el año que decidió vivir sin gastar absolutamente nada que tuviera que ser pagado con un medio monetario. ¿Lo consiguió? Sí. ¿Fue difícil? Mucho. ¿Le resultó gratificante? Totalmente. ¿El autor parece más feliz? Desde luego.

¿Cuál es el problema que veo entonces a la fantástica propuesta de Mark Boyle? Que pretende una coherencia impecable en la misma contradicción con la que vivimos la inmensa mayoría de las personas. Porque estamos inmersos en un sistema tremendamente depredador, dañino, cruel y absurdo pero tampoco tenemos una alternativa clara. Al menos una que resulte lo suficientemente atractiva para propiciar un verdadero cambio de paradigma hacia un mundo más justo y sostenible.

Es cierto que Mark Boyle vivió ese año sin dinero, generando su propia energía, haciendo su propia comida, fabricando casi todo lo que necesitaba, desplazándose a pie, en bicicleta o autoestop y realizando todas las tareas por sí mismo. Pero, en algunos aspectos, seguía dependiendo de otras personas que estaban dentro del sistema y de objetos cedidos que habían sido fabricados por el sistema capitalista. Es decir que, de alguna manera u otra, la autosuficiencia nunca fue del todo tal.

Lo cual es comprensible pero demuestra algo más importante y de lo cual el propio autor es consciente en todo momento: que son muy pocas las personas que verdaderamente querrían vivir así.

No es fácil hacer sugerente la idea de vivir en un chamizo construido con los materiales que uno puede, frío y húmedo en invierno y tórrido y asfixiante en verano. No cabe duda que defecar en un agujero en la tierra que sirve, al mismo tiempo, como fertilizante de ésta sea lo mejor para el medio ambiente. Pero no conozco casi nadie quiera hacerlo al aire libre y menos aún en condiciones climatológicas adversas. Pocos escritores desearíamos andar buscando las setas adecuadas y someterlas a un largo proceso para que se conviertan en la tinta con la cual escribir en unos toscos papeles hechos con restos de ramas y cuya fabricación es más compleja aún.

Creo que el debate, y Vivir sin dinero también ofrece esta perspectiva, no debe ser si el dinero es malo y debemos vivir sin él sino replantear el dinero, como moneda de cambio entre bienes y servicios, hacia un uso más razonable y amable con los demás y el entorno. Y que el dinero no solamente tienen que ser unos trozos de metal o papel a los que una autoridad superior ha otorgado un valor oficial. El dinero también pueden ser los bienes y servicios que intercambiamos con otras personas con las que compartimos afinidades e intereses. El tiempo que dedicamos a colaborar con otros o el intercambio de conocimientos.

Si el dinero no vale más de lo que nosotros, como sociedad, hemos considerado que vale, que ese valor sea el mejor y más justo que podamos ofrecer. Todos odiamos la economía pero la economía, como tantas otras cosas, es un instrumento y no tiene por qué ser una enemiga. Todos queremos producir algo de valor, que nos motive y ser retribuidos por ello para poder mantener los proyectos de vida que anhelamos y conseguir todo eso que resulta imposible de lograr por nosotros mismos.

En definitiva, que otro mundo no sólo es posible sino que resulta del todo necesario. No cabe duda de que hay que repensar muchísimas cosas y un ensayo como Vivir sin dinero puede ser un buen comienzo para la reflexión.