A medida que fui creciendo, también empecé a interesarme por la historia y la política y descubrí que todas aquellas fronteras, banderas y ciudades no siempre habían sido las mismas. De hecho, me resultó muy sorprendente saber que la inmensa mayoría de ellas no existían hasta hacía poco tiempo. Que los países eran como organismos vivos que estaban evolucionando y transformándose constantemente. Que los países y sus fronteras, por tanto, no son más que ficciones creadas por el ser humano.

Leer Fuera del mapa ha sido como regresar a esa infancia repleta de curiosidad donde el mundo volvía a abrirse como algo totalmente nuevo. Porque Alastair Bonnett ha escrito un ensayo fascinante que trata sobre los lugares que existen y no figuran en los mapas o lugares que han estado en los mapas y nunca han existido realmente. Como el caso de Sandy Island, una isla que durante siglos estuvo en todos los mapas porque una de las primeras exploraciones de colonos australianos creyeron verla y hasta hace unos pocos años nadie había constatado que debió ser una equivocación a causa de las brumas y, en realidad, ahí no hay nada. O New Moore, una pequeña isla de arena surgida entre Bangladesh e India que provocó un importante conflicto diplomático entre ambas naciones por su propiedad antes de volver a desaparecer bajo las aguas.

Si la geografía oficial nos muestra las contradicciones y los horrores de los que es capaz el ser humano, los lugares en disputa y los que han desaparecido o se quieren borrar ejemplifican toda nuestra necedad como especie. Algunas son simpáticas, como el caso de Baarle- Nassau y Baarle- Hertog, dos pueblos divididos entre Holanda y Bélgica por una fragmentación medieval que ha provocado que algunos vecinos ignoren verdaderamente en cuál de las dos naciones está su vivienda y usen todas las artimañas posibles para elegir el país que sea más ventajoso para sus intereses. Pero también hay otras terribles como el tristemente conocido Estado Islámico que usa la violencia más atroz para construir un califato con el que extender su distorsionada visión del islam.

Otras ciudades como Prípiat, donde estaba la central de Chernóbil, o Wittenoom, donde se encontraba la mayor mina de amianto azul de Australia, fueron oficialmente eliminados de los mapas tras las catástrofes que les hicieron famosos. Leningrado, la actual San Petersburgo, fue una ciudad con una idiosincrasia propia que solamente existió durante la época soviética y cuya sombra continúa planeando como un fantasma a día de hoy en el imaginario colectivo de sus habitantes y del país entero.

Los mapas hablan mucho sobre nuestra naturaleza porque, como bien explica Alastair Bonnett, muchas personas, desde el comienzo de los tiempos, han deseado un mundo sin fronteras. Pero las fronteras, aparte de los intereses políticos, económicos y estratégicos que representan, surgen de una necesidad humana por delimitar el espacio donde uno vive porque, de la misma manera que las personas modelan los lugares que habitan, el lugar representa lo que son esas personas. De ahí que exista tanto apego a la tierra donde se ha nacido y haya, para tanta gente, la necesidad de una idea fuerte de su patria.   

Los límites territoriales también provienen de la necesidad de diferenciarse, de poseer un sentimiento de identidad y control que nos conecten con algo más amplio. De crear la realidad que uno sueña como la mejor. Ahí está el estrafalario caso de Sealand, una plataforma militar abandonada frente a la costa británica que fue tomada por Paddy Roy Bates a finales de los años sesenta y se autoproclamó Alteza Real creando un mini-estado con todos sus atributos. Pero también pueden surgir para defender sus intereses como el inmenso territorio que ocuparía el Reino Unido de Lunda Tchokwe, casi la mitad de un país tan grande como Angola, formado por dos tribus tradicionalmente enemigas que están contra el Gobierno angoleño con quien apenas han tenido trato y al que consideran un producto del colonialismo europeo que no les representa.

Pero Fuera del mapa no es solamente un extraordinario compendio de diferentes lugares en el mundo peculiares a causa de sus implicaciones políticas; también trata sobre el continente de basura del océano Pacífico que no cesa de crecer y moverse sin que todavía se sepa bien el por qué de sus desplazamientos y su verdadera estructura física. O algunas de las ciudades flotantes creadas en el sudeste asiático para que los pobres pudieran tener un lugar donde vivir o las paradisíacas cabañas sobre el océano que ofrecen a los adinerados en las Maldivas un sitio donde veranear. El mar de Aral que se ha convertido en el desierto de Aralkum o el cementerio norte de Manila reconvertido en una ciudad para los vivos expulsados de la sociedad filipina.

Fuera del mapa tiene un diseño exquisito en todos los aspectos, como si fuese un viejo libro de geografía, cuya experiencia se enriquece gracias la tecnología actual. Ha sido fascinante conocer esos lugares acompañando la lectura con la búsqueda en Internet de fotografías y mapas que ofrecían una imagen concreta para poder hacerme una idea mucho más amplia sobre todo lo que Alastair Bonnett explica.

Un libro que me ha dejado la desconcertante y maravillosa sensación de que casi todo lo que estaba leyendo, salvo unos pocos lugares, era nuevo para mí. Porque, tras haber leído bastantes ensayos sobre política, historia y literatura de viajes, he descubierto que el mundo es un lugar todavía más grande y complejo de lo que ya creía. Que, mientras tenemos la sensación de que todo está ya explorado y conocido, sigue existiendo mucho más descubrir.

A quien le apasionen estos temas, Fuera del mapa no solamente es una lectura obligada. También es uno de esos deliciosos volúmenes para conservar con cariño en la biblioteca ideal y sobre los cuales volver de vez en cuando. La clase de libros que nunca deberían desaparecer.