Una consecuencia lógica de las últimas demostraciones de fuerza por parte del movimiento feminista es la literatura que está apareciendo en las tiendas, mayoritariamente en forma de ensayos y reediciones de clásicos ninguneados en el pasado. Por suerte, cada vez son más las obras que reconocen la importancia fundamental de la mujer a través de una historia que la ha silenciado de manera cruel y sistemática. Ensayos necesarios y útiles para entender qué es el feminismo y, sobre todo, cómo actúa el machismo con todas sus normas, usos y violencias.

Espacios donde está repensándose todo, desde las relaciones afectivas y la sexualidad hasta el mercado laboral y la política. Porque esta lucha ataña a todos los estamentos sociales y a todas las instituciones, desde el gobierno a la cultura, para romper con los viejos roles de género y replantear qué es ser mujer y cómo debe ser una sociedad plenamente igualitaria.

Paralelamente, como otra consecuencia lógica, también comienzan a aparecer muy tímidamente, dentro del mercado editorial, algunos ensayos con voz masculina que no solamente defienden el feminismo si no que propugnan un nuevo modelo de hombre. En definitiva, una redefinición de la masculinidad como complemento imprescindible en el camino hacia esa meta de la igualdad efectiva.

La caída del hombre, escrito por el reputado ceramista británico Grayson Perry, quizá sea uno de los más destacables. Un ensayo donde el autor formula, desde antes de abrir el libro, una verdadera declaración de intenciones. Su portada muestra un dibujo esquemático del interior de un cuerpo masculino, hecho de trazo casi infantil, que detalla los principales defectos del hombre. En su parte inferior afirma tratarse de “Una guía pormenorizada para la necesaria actualización del sistema operativo de la masculinidad”. El propio formato del libro, de tapas duras y con el canto de las hojas tintadas de un morado rosáceo, estilo inconfundible del sello Malpaso, ya avisa sobre su firme determinación por dinamitar los estereotipos del género.

Algo que comprobamos nada más abrir el libro porque, efectivamente, La caída del hombre se trata de una especie de manual muy poco ortodoxo para repensar qué significa ser hombre y por qué es necesario el feminismo. Un ataque sin contemplaciones al ego del macho tradicional. El texto, basado en las experiencias del propio autor, se alterna con divertidas viñetas que juegan a burlarse de los clichés machistas. Como ese fantástico dibujo donde hay un grupo de hombres reunidos mientras beben alcohol y muestra a cada uno diciendo lo que se supone que debe decir por el prototipo que representa pero manteniendo para sí mismo lo que verdaderamente siente y jamás confesará.

Grayson Perry habla sobre el machismo con conocimiento de causa y una honestidad que desbarajusta cualquier prejuicio. Nos cuenta sus dificultades en la adolescencia por la incomprensión más absoluta y el enfrentamiento que le suponía contra todo lo que le rodeaba por el hecho de ser un travesti heterosexual. Y tampoco teme contar sus escarceos con la violencia y el mundo del crimen por haber crecido en un hogar destrozado por un padrastro alcohólico y maltratador. Y cómo tuvo la lucidez suficiente desde muy joven para no llegar a ser nunca esa clase de hombre. Porque en su entorno obrero y deprimido, era, y desgraciadamente sigue siendo, la realidad habitual y el único referente para jóvenes de orígenes desestructurados.

Un relato que va desgranando su lenta toma de conciencia como sujeto privilegiado por ser varón y blanco en una potencia occidental. Y cómo ese hecho le ofrecía ciertas prebendas frente a las mujeres o le abría puertas vedadas a estas.

Aunque también admite que muchos de sus prejuicios y problemas siguieron manteniéndose hasta hacía muy poco. Porque Grayson Perry no permanece únicamente en la superficie del problema si no que intenta ahondar en las causas del machismo explicando su existencia, y su increíble persistencia, a todos los niveles. En explicar por qué el machismo y su violencia no solamente afecta al pobre si no que también es un problema de las clases más pudientes. Y cómo no, de la comunidad gay.

Aunque muchos testimonios, no solo personales, son historias terribles de miseria, drogadicción y violencia, están aderezadas con muchos toques de humor. Algo que ayuda a reforzar un discurso donde prevalece la emoción, porque de eso trata mayoritariamente el ensayo. Como las historias sobre diferentes colectivos que han surgido en varios países para que hombres con problemas puedan encontrarse, siempre con otras excusas como hacer un club de motociclistas, y abrir sus sentimientos a otros hombres con los que poder desahogarse y compartir sus historias e inquietudes. Eso sí, manteniendo la apariencia de que lo importante son las motos para evitar dañar más sus delicados egos masculinos.

Y si por algo me ha gustado especialmente La caída del hombre es porque Grayson Perry logra crear eso mismo. Su ensayo resulta un espacio acogedor donde sentirse reconocido como hombre que también se cuestiona a sí mismo desde hace tiempo. Porque si bien, como afirma el ensayo, la sociedad y la cultura han sido primordialmente masculinas, esta se ha basado en una concepción de la masculinidad donde no todos los hombres nos sentimos totalmente cómodos. Y es muy interesante reflexionar, en estos tiempos de cuestionamientos, sobre esa idea de que la mujer ha sido la víctima innegable del hombre a lo largo de la historia pero que el hombre también ha sido una víctima de sí mismo. Porque, como se indica muy acertadamente a lo largo de su ensayo, nuestro gran problema como género ha sido el mantener, milenio tras otro de absurda obstinación, la idea de que el hombre es más fuerte en todos los aspectos, que no puede equivocarse ni mostrarse vulnerable, menos aún débil, y que la vida se basa en una dura competición tanto física, como sexual, económica, social y cultural.

Grayson Perry no ha realizado una obra dogmática pero sí muestra una clara intención de aportar su parte a ese cambio. A que el hombre, como género, comience a revisarse y reconocerse como humano, con todos sus defectos pero también sus virtudes; no como un ser superior ni sobrenatural. A que realice un acto de honestidad consigo mismo, adquiriendo la empatía, el afecto y el cariño que históricamente se ha negado. Y para allanar un poco ese camino, el ensayo acaba con el siguiente manifiesto:

DERECHOS DE LOS HOMBRES

Derecho a ser vulnerable.

Derecho a ser débil.

Derecho a cometer errores.

Derecho a ser intuitivo.

Derecho a no saber.

Derecho a dudar.

Derecho a ser flexible.

Derecho a no avergonzarse de lo anterior.

Un final que, indudablemente, parece una buena manera de comenzar.