Cuarenta, los nuevos treinta, pero con doble extra de sorna. Todo empieza a resbalar, la vergüenza es una emoción en estado vegetativo. Cómo entiendo a la protagonista a través de Raquel GU, que con pocos trazos de su lápiz nos reencuentra con nuestros más recónditos pensamientos en un cara a cara, a las que como a mí, nos están empujando por la espalda a punta de pistola para que caigamos de cabeza encima de los cuarenta.

Patas de gallo (de reírnos dicen… sí que me río, sí…), barriguita nueva en escena y canas ya difíciles de esconder. Nadie se lo plantea a los dieciocho. Tampoco estar sola a esta edad versus con tres hijos guerreros que te roban hasta el oxígeno. Ni siquiera el tener un corazón repleto de cinta aislante porque pega mejor después de tanto destrozo. O que aquellos complejos que te maniataban a la cama hayan pasado a mejor vida cuando no hay opción a quedarse en ella porque llegamos tarde a trabajar.

Todo esto es de mi cosecha, pero podéis ir viendo por donde va la ilustradora cuando nos presenta esta novela gráfica. No podría ser de otra manera, son dibujos más que ilustrativos: divertidos, sarcásticos y muy, pero que muy reales. Samanta Villar introduce con su prólogo un largo espacio de situaciones conocidas por todas. Atención, chicas jóvenes y medio jóvenes: lo bueno de crecer es poder reírse de una misma, porque el que se rían otros nos la trae al pairo.

Por daros un aperitivo y sobrevolando los dibujos sin demasiado detalle:

¿Os acordáis cuando antes un bollicao diario era un aperitivo y ahora hasta si nos comemos una manzana aparece marcada en el muslo? Pues eso.

Que Pilates es nuestro único Dios verdadero por conseguir que las dichosas articulaciones vayan mejor cuando antes ¡ni existían para nosotras! (y lo que nos apetece es quedarnos en el sofá leyendo un buen libro y hartarnos de patatas fritas).

O por ejemplo, que para las mujeres que trabajan y tienen hijos, hasta la depilación es un ritual sacrosanto si el tiempo les permite hacerlo una vez al mes.

También os sonará eso de «fin de semana ocioso», que ha pasado de una discoteca humeante y oscura a un balneario de paz y tranquilidad.

Y no olvidemos las resacas domingueras, a partir de cierta edad debería estar prescrito por el médico de urgencias una baja para el resto de la semana.

Pero también está el mundo de las citas a ciegas (y rápidas) a los cuarenta. Ante ti se abre la panacea sexual nunca imaginada, todo no va a ser malo, oiga.

Aunque la mayor muestra de estar llegando a los cuarenta en la sobredosis de superioridad moral. Eso y el uso de ella en las redes sociales.

Me quedo sin duda con la viñeta en que la protagonista está delante de una línea en el suelo donde pone «40 años» y reflexiona: «total, que a partir de aquí la cosa ya va en serio». Ahí es nada.

Después de todo este pensamiento sobre los avatares de ir cumpliendo años, yo también pienso que no estoy igual que cuando tenía veinte, pienso que ¡Estoy estupenda!