¿Recordáis las historias de fantasía que leíamos de pequeños? Pensad, por un momento, en esos niños y niñas que viajaban a mundos mágicos; que huían de la realidad y vivían aventuras y que, cuando todo terminaba, volvían a su casa, con sus padres, después de haberse convertido en héroes en aquellas tierras extrañas. ¿Quién no ha querido ser ellos? Recuerdo que, cuando era más joven quería recorrer esos mundos, que existieran, para poder vivir las mismas hazañas que ellos. Y obviamente, la realidad se encargaba de frustrar mis planes, mis deseos, pero eso no restaba un ápice de necesidad cada vez que abría un nuevo libro y leía con voracidad aquellas historias que me hicieron crecer. Ahora, ya adultos, imaginad por un momento qué es lo que sucede después de esas aventuras. ¿Cómo se sienten esos niños que han vuelto al que consideraban su hogar? ¿Son felices? ¿Desean volver al mundo mágico o, por el contrario, están seguros con sus padres? ¿Qué hay después de todas esas aventuras? Seanan McGuire nos propone ese viaje, esa respuesta para todos aquellos que alguna vez han pensado qué es lo que sucede con aquellos que han vivido la fantasía en sus propias carnes y ahora tienen que enfrentarse a la realidad. Y el intento no le había podido salir mejor porque, lo digo desde ya, ha sido una de las mejores lecturas de lo que va de año.

Nancy llega al internado de Eleanor West. Pero no es uno cualquiera. Se trata de un hogar para aquellos niños que han vuelto de un mundo de fantasía, pero no han conseguido adaptarse a la realidad. Todos quieren encontrar la puerta que les lleve de vuelta al mundo mágico del que tuvieron que irse. Pero la llegada de esta niña va a hacer que se enfrenten a una tragedia para lo que quizás no están preparados. ¿Lograrán salvarse o la fantasía siempre llamará a su puerta?

Empecé la lectura de Cada corazón, un umbral por un simple motivo: la recomendaba Antonio Torrubia (@Toliol en Twitter) y ya era sinónimo de querer leerlo. Los que suelen leer las reseñas que aquí se publican saben que es difícil que la literatura fantástica aparezca, pero con la novela de Seanan McGuire me ha sucedido algo que no me pasaba desde hacía mucho tiempo: he disfrutado como si no hubiera otra cosa que leer. Creo que, además, la historia debe ser leída como un cuento para adultos, porque todo lo que la rodea tiene ese tinte de las tramas que leíamos de pequeños sólo que llevada a un lenguaje adulto y a un argumento mezclando elementos de terror, drama, y fantasía que, con sus pequeñas dosis de cada uno, convierten a estas 181 páginas en el mejor paradigma de que no hace falta escribir un texto de mil páginas para que su lectura se convierta en imprescindible.

Los personajes, aunque dibujados con pequeñas líneas, casan a la perfección entre ellos. La historia, aunque en apariencia sencilla, guarda en su fondo mucho más – crítica social, el problema de la identidad, la soledad, la familia – y convierte a Cada corazón, un umbral en una pequeña lectura que terminas con ganas de más. Los diálogos, el desarrollo del argumento, el final – aunque no sea de una sorpresa increíble, me parece muy ajustado a lo que se pretende contar –, los personajes, todo tiene su importancia en el conjunto y parece que Seanan McGuire haya entendido que no debe dar el peso específico a una sola parte del acto de escribir sino que escribir una historia debe hacerse concediendo la importancia necesaria a cada una de sus partes. Porque puede que estemos ante una historia fantástica, claro que lo estamos, pero creo que lo realmente importante es cómo esa historia puede llevarse, desplazarse, convertirse, en una historia real en la que se hable de todos aquellos que, no aceptados, nos convertimos en pequeños seres buscando nuestro hogar, quizás sin conseguirlo del todo.

Decía al principio que aquellas historias que leíamos de pequeños forjaron de alguna manera nuestro deseo de querer vivir ese tipo de aventuras. Ya de adultos, aunque encadenados al mundo real, seguimos en esa especie de búsqueda – no ya de la fantasía que recorría nuestras venas de pequeños, pero sí, al menos, de esa sensación que vivimos leyendo –, mientras la realidad intenta golpear con fuerza. La lectura no he creído nunca que deba convertirse en obligatorio. Siempre he aborrecido ese adjetivo para decir a alguien que lea un libro, sea el que sea. Así que quizás esto no sea una obligación, algo que tenéis que leer, pero sí al menos pensad en aquello que os hizo sentir la literatura, después pensad en cómo crecisteis, y ahora darle una oportunidad a una historia que, incluso siendo fantástica, habla de todos nosotros.