Hay historias que, por numerosas razones, acaban golpeándote fuerte. Hay otras que, al contrario, terminan por dejarte frío y, sin saber por qué, terminas olvidándolas. Lo que me sucede con La trenza es uno de esos casos en los que la historia, a pesar de tenerlo absolutamente todo para que me guste, ha acabado por dejarme indiferente. Y no es que el libro de Laetitia Colombani no sea interesante, ni tenga en sus tres historias de mujeres una lección que aprender de cada una de ellas, pero simplemente creo que lo que se nos cuenta ya lo hemos leído en más de una ocasión, en otros libros; visto en más de una película; observado en los medios de comunicación en noticias que te impresionan en un primer momento, pero de las que después te olvidas cuando la vida sigue su curso y tú tienes que enfrentarte a tu realidad. ¿Quiero decir con todo esto que el libro es malo? No. ¿Quiero decir con esto que me he encontrado un libro más, uno de eso títulos que se publican y que, semanas después, uno ya tiene más o menos olvidado? Sí. Porque las historias hay que contarlas como uno las lleva dentro, eso por descontado. Pero hay ocasiones, momentos, lecturas, que esa misma historia no acaba de conectar con la persona que la lee. Y lo único que tiene que hacer es aceptarlo, seguir con otras lecturas, y entender que no nos puede gustar todo lo que leemos.

Smita en la India, Guilia en Italia y Sarah en Canadá son tres mujeres que no se conocen, pero tienen mucho en común. La vida, como a tantos otros, les va a poner en una situación límite y serán ellas mismas las que tendrán que tomar las riendas de su vida para que el final, que se ve tan cerca, se convierta en realidad en un nuevo principio.

Las historias de mujeres han existido siempre. Siempre me ha hecho gracia aquellos comentarios de “claro, ahora que está el feminismo, todo tiene que ser historias de mujeres que se superan a sí mismas”. Desde hace años las historias protagonizadas por mujeres han poblado las estanterías de librerías, bibliotecas y estanterías de las casas de muchos de nosotros. La trenza es una obra típica en este tipo de lecturas. Se nos presentan las vidas de estas tres mujeres con, al final, un nexo en común no descrito explícitamente, pero en el que el lector sabrá sacar las conexiones necesarias. Estas tres mujeres están descritas de forma correcta – salvo alguna excepción en la trama de, sobre todo, Sarah en la que no me han parecido creíbles algunas de las decisiones que toma – y sus historias, aunque sencillas, ponen al lector en una situación, a veces incómoda y otras de pequeña estupefacción. Pero el sentimiento de estar leyendo unas vidas truncadas termina pronto cuando nos damos cuenta que lo que se nos cuenta es más de lo mismo desde tiempos inmemoriales. Y que conste que reconozco que Laetitia Colombani ha hecho una labor de investigación muy buena – sobre todo en la historia de Smita en la India – pero ninguna de las tres historias ha conseguido conectar conmigo. Como decía en el primer párrafo, ha sido esa sensación de ver la vida de alguien que me parece un auténtico pozo de dolor, pero en mi posición lejana deja de interesarme una vez terminado el libro.

Leer, para mí, no se convierte en un examen pormenorizado de los elementos que conforman una novela. Para eso tengo otros lugares donde reflejarlos. La trenza se lee casi sin pretenderlo – aunque reconozco que las últimas cuarenta páginas me han costado y las he terminado por una cuestión de orgullo –, pero eso no nos demuestra que un libro sea bueno. Lo que nos cuenta Laetitia Colombani son las historias de tres mujeres, tres muy diferentes que, a pesar de todas las diferencias culturales y barreras que puedan encontrarse, se parecen más de lo que creen. Quizá ese sea uno de los aprendizajes más importantes que uno puede llevarse de este libro: que por mucho que lo neguemos, no somos tan diferentes como nos pensamos. Pero de la misma forma que uno entiende esto, también puede entender que el intento, la primera lectura de la nueva temporada lectora, pueda convertirse en algo fallido sin tener que hacer un drama excesivo. Nada tiene que ver, por si alguien lo estaba dudando, con que este libro hable de mujeres, de mujeres luchadoras además. No se trata de una barrera de género, de no entender lo que sucede, o de no comprender lo que la autora ha querido contarnos. Simplemente hay historias que lees que llegan a rincones que no te esperabas. Y otras pasan por tu lado, casi sin rozarte, y no te das ni cuenta. Nada más, y nada menos.