Las novelas policíacas tienen un problema para el gran público. Para que puedan venderse bien, para que todo el mundo quiera leerlas, tienen que ser publicitadas como “el mejor thriller del año” o “la mejor novela policíaca que vas a leer en tu vida”. Y eso es un arma de doble filo porque, cuando uno termina un libro, bien puede pensar que lo que ha leído está a la altura o que le han dado gato por liebre. Y la sensación en el segundo caso no es muy placentera que digamos. Todos hemos vivido ese momento de “pues no era para tanto” y la decepción que sigue. Por eso, cuando Ragdoll salió a la venta, me planteé si leerlo o no porque ya venía precedido por un estrepitoso fracaso en otra novela de las mismas características. Pregunté por aquí y por allá, leí lo que se decía en las redes, conversé en privado con personas que me hablaban muy bien del libro, así que en un momento libre me dirigí a la librería, lo compré, y me puse a leerlo. Y el resultado es una mezcla de ambas sensaciones, pero desde luego no un fracaso. Sigo sin entender cómo, después de todo este tiempo, hay quien cree que la llamada “literatura de entretenimiento” es un producto menor y merece la extinción. Si esto fuera cierto, si ese debate absurdo entre “alta” y “baja” literatura sigue machacando mi cerebro, si la lectura no puede convertirse en un mero entretenimiento, es que yo he debido entender muy poco en estos años lo que puede significar leer. Y espero no haber perdido tanto el tiempo, sinceramente.

Un cadáver fabricado a partir de retales de seis víctimas – el “Ragdoll” del título – aparece en un piso. Señala a una ventana de una vivienda. Ésta no es otra que la del detective William Fawkes, alias “Wolf”. El asesino envía una carta donde especifica cuáles serán las siguientes seis personas en morir. ¿Quiénes son las seis víctimas? ¿Por qué el detective Wolf parece ser la clave de todo? ¿Y si fuera imposible derrotar a ese asesino?

La lectura no es nunca, o al menos casi nunca, una acción de blancos y negros. No aborrecemos una novela en toda su extensión ni tampoco nos apasiona absolutamente todo. Ragdoll no es una novela perfecta y, al igual que un guión de cine, presenta algunos defectos en sus formas que a mí, como lector, no me han convencido del todo. ¿Es por eso una mala novela? Desde luego que no.

Lo primero que hay que agradecerle a Daniel Cole es que no se haya ido por las ramas y que haya captado, a la perfección, lo que el lector necesita para mantener activo su interés por la historia. Capítulos cortos, acción en cada uno de ellos, flashbacks que no se hacen repetitivos, giros argumentales más o menos esperados, y un final a la altura aunque no sea todo lo sorprendente que pudiera parecer.

Lo segundo, aunque puede ser una contradicción en el fondo, es ver cómo el autor ha bebido de muchas otras novelas, películas o series, para crear esta historia (se me vienen a la cabeza, por ejemplo, algo de la película Resurrección (1999), un poco en algunas escenas de la serie The following (2013-2015) o incluso un pequeño regusto a Seven (1996) en su parte final aunque no llega a tener la tensión acumulada de la película). Y digo que esto puede ser contradictorio porque no suelen gustarme las referencias en exceso, y creo que no aportar nada absolutamente original, puede restarle credibilidad a la historia. Pero en esta novela se hace de una forma tan bien encajada que no hace que desentone en absoluto. Es más, agradeces poder relacionar lo que sucede con tu imaginario lector y cinéfilo.

Lo tercero, que no es un punto positivo, es lo que probablemente menos me haya gustado. Hay que decir que se da solamente en un par o tres episodios de la novela, pero algunas reacciones de los protagonistas no son creíbles. Algunas escenas requieren de una solución mucho más elaborada y no cerrarlo en un par de líneas.

Lo cuarto, y ya último, es el final. No habrá spoiler de ningún tipo, no os preocupéis. Lo que se nos propone como clímax en Ragdoll es correcto. No es algo sorprendente, no va a hacer que nos estalle la cabeza, pero hay que saber apreciar todo el contexto, la magnitud de lo que nos está contando, lo que rodea a los protagonistas – la elección del edificio, por ejemplo, me parece una de las jugadas maestras de esta novela – es lo que va a determinar el siguiente paso, la siguiente novela – ya publicada en inglés, de título Hangman –. Pero no os preocupéis, el final es lo suficientemente cerrado como para que os deje la sensación de lo autoconclusivo.

Ragdoll cumple lo que promete. Y creedme, hoy en día eso es algo que me vale. ¿Es el “thriller del año”? Decir eso estando en marzo es muy aventurado. ¿Es un thriller interesante? A eso os respondo, sin ninguna duda, que sí.