morir-no-es-lo-que-mas-duele-recortado

morir-no-es-lo-que-mas-dueleLo primero, esta es la nueva reseña que escribo en un año y medio de silencio. Esto no es importante, pero sí significativo por todo lo que voy a decir después. Lo segundo, soy un chico de contradicciones. Me prometí a mí mismo no acercarme a un libro con el que me hubieran bombardeado en las redes sociales, pero fiel a mi incoherencia a veces, empecé a leer Morir no es lo que más duele en una tarde que nevaba y en la que no tenía mucho más que hacer. Me acerqué a la librería más cercana que tenía, compré el libro, y me dispuse a meterme de lleno en algo que me prometían era “el libro para los que creían haberlo leído todo”. Y aunque esa afirmación me parecía desmesurada – todo aquel que piense que lo ha leído todo es, en un principio, para mí, un poco corto de mente – me dije a mí mismo que quizá esta lectura iba a tener algo especial, qué sé yo, algo que me indicara que los cinco años que había dedicado Inés Plana a escribir el libro tendrían que tener sus frutos dispuestos para que los devoráramos. Y lo tercero, y ya lo último en esta introducción, es que hay un trecho muy grande que separa las expectativas de lo que la realidad nos ofrece. Y cuando la relación es inversamente proporcional, me temo, estamos jodidos.

Un hombre aparece ahorcado a las afueras de Madrid, con los ojos arrancados. En un bolsillo de su chaqueta aparece un nombre: Sara Azcárraga. El teniente de la Guardia Civil, Julián Tresser se hará cargo de la investigación mientras su vida parece caer en picado. Lo que parecía iba a ser sencillo, se complica cuando elementos del pasado hacen acto de presencia y cambiarán el rumbo de todo lo que se había planteado hasta ese momento.

El marketing, hoy en día, es clave para que un libro se convierta en un éxito a los pocos días de haberse publicado. Sin ir más lejos, y por pura casualidad, el mismo día que asistí a una entrevista en la radio, tenían como invitada a Inés Plana junto con otro autor porque, palabras textuales del locutor, “son los autores que más están vendiendo en este momento”. Y yo tiendo a alegrarme de los éxitos de gente desconocida, de escritores que aparecen y que, después del período de creación, han visto cómo su obra sale al mundo y se convierte en algo que todos queremos leer. Vi la publicidad de la editorial, leí algunas reseñas en internet, visité páginas donde lectores daban su opinión, y me decidí a leerlo. Lo que sigue es la crónica de lo que sucedió.

El inicio del libro es bastante bueno. Se le agradece a Inés Plana que no se vaya por las ramas y nos muestre desde el principio las cartas más significativas del juego. Si bien ya desde el inicio se le nota esa necesidad de dar excesivos detalles en la narración que lastran un poco el ritmo, no es nada que impida ir disfrutando poco a poco del libro. Así uno va siguiendo con su lectura y piensa que, bueno, no es lo mejor que ha leído en su vida, que no es el último grito en novela policíaca como le habían prometido a uno, pero que oye, está entretenido, que es justamente lo que necesitaba en este momento. Nada que objetar. No seré yo quien odie la literatura de entretenimiento. Es más, la necesito en ciertos momentos de mi vida porque ya demasiada tensión tengo fuera de las páginas. Pero, porque siempre hay un “pero” en estas situaciones, resulta que uno va notando cómo empieza a desinflarse el globo.

Por poner unos ejemplos – sin spoilers, lo prometo -: la relación que mantiene el cabo Coira con su novia no tiene ningún interés en la historia; el momento de la muerte de uno de los personajes de la novela roza lo increíble a la par que lo absurdo; la casualidad que existe entre el forense y Julián Tresser no se la cree nadie; la visita del asesino en un momento de la trama a una tienda de muebles china corta por completo el ritmo de la trama; lo que le sucede a Sara Azcárraga en el hospital es tan largo que uno casi se olvida de por qué está en esa situación para, muchas páginas después, olvidarse casi del personaje.

Y ahí es cuando viene el enfado. A partir de la página 308, la trama de Morir no es lo que más duele es una caída en picado, sin frenos, hasta un desenlace que, de verdad, no llego a comprender cómo nadie le ha dicho a Inés Plana que no es digno para la historia, ni de lejos. Un cúmulo de casualidades tan remotas que parecen imposibles, un suma y sigue de no cerrar prácticamente ninguna trama – obviamente, para que aparezca en escena una segunda parte – y un asesino que, más que eso mismo, parece un muñeco de trapo que no tiene conciencia alguna de lo que hace y de por qué lo hace. No hay nada peor, en este tipo de novelas, que el lector pierda el interés por completo de lo que les sucede a los personajes, de las motivaciones que tienen para hacer lo que hacen, y es que, para mí, incluso en el momento en el que se explican, no tienen ese halo de credibilidad que se le presupone a una novela de estas características. Como ver una película de hora y media de duración y terminarla pensando que has perdido el tiempo y el dinero.

Los reconocimientos que pueden hacérsele a Inés Plana son los siguientes: tenía una buena historia entre manos; desarrollaba la trama con bastante soltura; su forma de escribir es muy acertada – aunque no hace falta dar tantos detalles en todos los escenarios -, pero eso poco importa si en la cuarta parte que incluye el final de la novela, el lector, como me ha sucedido a mí, se separa del libro y piensa que, de alguna forma, todo lo que le han vendido como bondad era una pequeña estafa. No a gran escala. Pero una estafa al fin y al cabo.