Cuando uno, tras haber leído decenas de ensayos de temática política y haber discutido cientos de veces sobre el asunto, encuentra un libro cuyo subtítulo es “Cómo piensan progresistas y conservadores” no puede sentir más que un cierto recelo sobre el posible contenido de la obra. Y más ante un volumen de cierto tamaño. Una suspicacia que se acrecienta cuando, tras una experiencia personal en los Estados Unidos, piensa conocer perfectamente la idiosincrasia de cada facción política.

Pero la virtud de George Lakoff, uno de los lingüistas cognitivos más reputados de Norteamérica, estriba en que, a partir del prejuicio, logra construir una nueva visión sobre los resortes que guían a cada votante y la confrontación ideológica.

Y para ello, basa su teoría en las dos principales maneras de entender la institución familiar en los Estados Unidos de América. Algo derivado de la interpretación moral que cada individuo hace de la tradición cristiana. Así pues, Lakoff, a grandes rasgos, desgrana esas visiones para entender las inmensas contradicciones de cada sistema ideológico dando una respuesta convincente a cuestiones tan controvertidas y complejas como por qué un conservador norteamericano suele apoyar la pena de muerte y estar radicalmente opuesto al aborto mientras que un progresista, por lo general, apoya el derecho al aborto mientras se mantiene radicalmente en contra de la pena de muerte. Y de ahí, a explicar el histórico enquistamiento de todos los grandes problemas que rigen la realidad cotidiana de los Estados Unidos como el control de armas, el racismo institucionalizado, la supremacía bélica, el paupérrimo sistema de servicios públicos y programas sociales, la imparable desigualdad o el liberalismo económico extremo.

Desde las primeras páginas, Lakoff se declara progresista, incluso del ala más “radical” del partido demócrata. Una estructura de poder que siempre pende en el frágil equilibrio de lograr grandes avances sociales para los Estados Unidos, acercándose a los regresivos “Estados del Bienestar” europeos, pero sin querer molestar demasiado a los poderes fácticos. Una contradicción que hace prácticamente imposible cualquier cambio real y sobre la cual el autor dedica algunos capítulos de dura autocrítica.

También asegura, en esa contundente declaración de intenciones, que su gran esfuerzo, durante décadas, ha sido intentar comprender no sólo por qué él tiene las ideas que tiene si no por qué sus rivales políticos piensan como piensan. En primera instancia para comprenderlos y, a partir de ahí, reforzar sus posiciones personales. Como reafirmación ideológica pero también como una hoja de ruta alternativa para el bando progresista que les ayude a ganar terreno al inmenso poder mediático de los conservadores y su férrea unidad ideológica.

Si bien la primera parte del ensayo, donde George Lakoff explica pormenorizadamente cada modelo de pensamiento y hace una radiografía de las complejas aristas de la perspectiva moral, resulta algo farragoso en su profusión de detalles y ciertamente reiterativo en su planteamiento, el texto va ganando interés y fluidez en la lectura y contenido a medida que aplica estas ideas a cada cuestión controvertida. También resulta interesante que el texto, aún centrándose en el sistema político de los Estados Unidos quien, a pesar de su pérdida notable de poder en la escena internacional, sigue siendo la potencia hegemónica, nombra las diferencias con ambos polos ideológicos en otros países occidentales, incluida España, pero encuentra ciertas semejanzas entre esos sistemas. Logrando, dentro de ese “localismo” estadounidense, que podamos comprender, en ciertos aspectos y a grandes rasgos, cómo entendemos nuestra propia política; a pesar de nuestra mayor diversidad ideológica.

Obviamente, todas estas teorías se muestran desde el punto de vista de los prototipos morales y de lo que serían, teóricamente, conservadores y progresistas “modelo” porque, a lo largo de sus páginas, Lakoff también recuerda que casi siempre, dentro de cada posición ideológica y cada partido, hay diversidad de opiniones y sensibilidades que pueden llegar a dividir a sus propias filas. Algo que aumenta la complejidad y plenitud de un análisis que admite ser incompleto por naturaleza.

En definitiva, Política Moral es un interesante recorrido por nuestros prejuicios políticos que nos recuerda la necesidad de reafirmar cada posición personal como ciudadanos de un sistema democrático desde un conocimiento más amplio y profundo. Un esfuerzo loable, y ciertamente necesario, en una época donde la cuestión política, a nivel mundial, parece volver a polarizarse y perder contenido.