Vivimos tiempos donde parece que la realidad cambia a cada instante. Una época donde la pandemia ha sacudido los cimientos de nuestro mundo amenazando con transformar la vida tal y como la hemos conocido. Se necesitará mucho tiempo para tomar perspectiva y saber si esto ha sido verdaderamente así pero lo cierto es que el mundo siempre está en constante cambio. Si acaso, la variable que ha introducido esta crisis sanitaria es acabar con el sentimiento ilusorio de que vivíamos en una realidad perfectamente planificada y predecible donde creíamos tener el control de las cosas y apenas existía la novedad. 

Durante los últimos quince años Zigor Aldama, periodista asentado en China, ha realizado varios viajes a Mongolia para conocer un país que le apasiona por sus peculiares características. Una nación de dimensiones inmensas que posee la menor densidad de población del mundo. Un territorio de vastas llanuras con uno de los aires más puros de todo el globo y la capital más contaminada del planeta. Una cultura basada en el nomadismo que está desapareciendo a marchas forzadas. En definitiva, un antiguo imperio que dominó medio mundo y que lleva décadas relegado a la miseria y la intrascendencia internacional yendo hacia una deriva fuera de control y sin una perspectiva clara de futuro. 

Adiós a Mongolia es un testimonio de primera mano sobre el lento desaparecer de un estilo de vida milenario. Una nación anclada en el eterno debate entre mantener unos valores ancestrales y formar parte de un mundo globalizado cuyas características son incompatibles con la tradición. Un texto lleno de tristeza y melancolía por la encrucijada de un país que desea prosperar pero siente que no puede. Porque los nómadas, debido a su ausencia de formación, saben que no tienen futuro fuera de la estepa y todos los jóvenes desean estudiar en la capital para labrarse un futuro más próspero que el de sus padres quienes viven divididos por esperar algo mejor para sus hijos y el sentimiento de lástima por perder el único estilo de vida que han conocido y que les gustaría preservar de alguna manera. 

Pero el cambio climático tampoco les asegura ningún futuro a los nómadas porque cada año los inviernos son más duros y las sequías que diezman sus ganados son cada vez más frecuentes. Ni tampoco ayuda un gobierno más enfocado en la occidentalización del país que en crear programas de ayudas y mejoras para proteger su cultura. Y es que las páginas de Adiós a Mongolia despiden la gelidez de uno de los climas más extremos del planeta. De su lectura se desprende la incomodidad de vivir en gers, los hogares itinerantes, que no siempre están bien acondicionados para el frío. Lugares donde, en muchas ocasiones, familias numerosas viven totalmente hacinadas, sin ninguna clase de intimidad, aislados de cualquier servicio público y con una pésima nutrición basada únicamente en carne, derivados de la leche y algún que otro tubérculo. Un país donde absolutamente todo resulta precario y mal acondicionado. De ahí esa magnífica reflexión, contrastada con algunos de los nómadas entrevistados, de que mientras adinerados turistas occidentales pagan auténticas fortunas por la experiencia de vivir unos días en un ger, en un intento de volver a las raíces naturales, lo cierto es que son la mayoría de los nómadas quienes desearían salir de ahí para vivir con las comodidades occidentales.

Los diferentes viajes de Zigor Aldama muestran un país que cambia casi a cada visita pero que mantiene la miseria, el alcoholismo, la violencia machista y las desestructuraciones familiares. Donde los visos de prosperidad abren un ligera esperanza pero se traducen en un aumento de la desigualdad que se ve más notablemente en las afueras de Ulán Bator donde los asentamientos de gers ilegales, al estilo de las favelas, se han convertido en uno de los mayores problemas del país. 

Aunque Adiós a Mongolia también nos cuenta, en otros ensayos más breves, hacia dónde puede dirigirse el país. Ahí está el negocio ilegal de la búsqueda de oro que da trabajo a miles de personas que ponen en riesgo su salud y sus propias vidas con la esperanza de hacer fortuna pero que está destrozando el suelo y el entorno. O la próspera producción del cachemir que, a pesar de las especulaciones chinas y rusas, se proyecta como la verdadera industria nacional. También resulta interesante conocer su incipiente movimiento LGTBI que prácticamente permanece en la clandestinidad y sólo puede manifestarse con absoluta libertad en un local de la capital de ubicación casi secreta. O el estrafalario movimiento neonazi surgido a raíz del sentimiento de pérdida de identidad nacional y del odio hacia China por su intromisión en los asuntos internos del país. Personas que caminan tranquilamente por las calles de Ulán Bator mostrando toda clase de parafernalia nazi y que defienden el legado de Hitler y su búsqueda de la pureza racial para aplicarlo en Mongolia aunque sin defender métodos violentos. 

Un cúmulo de cambios que convergen en el gran éxito musical del grupo de metal The Hu, cuya combinación de rock duro con la música tradicional mongola ha revolucionado el panorama musical convirtiéndose en toda una referencia para bandas de todo el planeta. Eso sí, aunque los componentes del grupo hablen sobre los problemas de Mongolia y el retorno a un orgullo patriótico, reconocen que su futuro está en occidente donde su música es apreciada y puede tener la proyección que merecen. 

Quizás ahí se resume lo que Zigor Aldama plantea a todo lo largo de su interesante ensayo y es que Mongolia desea ser ella misma aunque siente que su solución está fuera.