¿Qué somos? ¿Personas buscando respuestas? ¿Fantasmas que van vagando, sin rumbo, hacia un punto que se mueve todo el tiempo? ¿Seres humanos que necesitamos de los demás para completarnos? ¿Somos lo que hacemos o lo que no hacemos? ¿Es la muerte una respuesta o, simplemente, un paso a la nada más absoluta? Preguntas, preguntas, preguntas. Respuestas, respuestas, respuestas. Y es curioso cómo, la vida, las lecturas, los libros, nos proporcionan muchos más interrogantes que añadir a nuestra cuenta pendiente. Leemos, como ya he dicho en alguna otra ocasión, porque no podemos evitarlo. Y en esas me hallaba, leyendo, disfrutando de otra lectura, cuando todo se fue a la mierda y llegó a mis manos Donde fuimos invencibles. ¿Sabéis esa sensación de esperar un libro tanto que, cuando llega, uno no se lo cree del todo? Pues ahí estaba, lo nuevo de María Oruña, esperándome, llamándome desde el paquete que acababa de abrir y, maldito de mí, tenía que esperar hasta la noche porque estaba trabajando y no salía hasta tarde. Una pequeña quemazón, la impaciencia que llega a la garganta, las manos que tiemblan, sentarte en un sofá, abrir la primera página y leer la primera cita que, he de reconocer, me sorprendió:

Si tan solo pudiéramos ver la interminable cadena de consecuencias que resultan de nuestras acciones más pequeñas (John Green)

Y así, como en una cadena, fui uniendo los eslabones que me llevaron al final de esta novela. Una lectura que, diferente en sus formas respecto a su anterior obra, me deja la ilusión de ser consciente de que las personas guardamos misterios tan interminables que será imposible que las historias se acaben. Y que, por favor, no lo hagan nunca.

Valentina Redondo se encuentra a la espera de sus vacaciones. De repente, algo ocurre en el Palacio del Amo: un jardinero aparece muerto. Lo que en un principio parecía una muerte natural, empieza a teñirse con tintes más oscuros cuando el dueño del palacio, Carlos Green, confiese que ha percibido presencias inexplicables allí. ¿Son fantasmas? ¿Qué hay de cierto? ¿Quién tiene algo que esconder y por qué? Y, lo más importante, ¿si existen los espíritus, qué están intentando decir?

Las novelas policíacas han ido cayendo en mis manos en los últimos meses con mayor o menor acierto. No sé cuál es la clave para que una novela de este género acabe gustándome, pero por mucho que intente analizarlo, creo que nunca llegaré a una respuesta acertada. Esta nueva entrega de Valentina Redondo como protagonista me ha hecho recordar aquellas tardes de verano cuando leía historias tan clásicas de Agatha Christie – de ahí que sonriera levemente cuando las alusiones a Diez negritos aparecían en la obra – donde intentaba discernir la grieta que me hiciera descubrir quién era el asesino, qué había detrás de todo el juego entre bambalinas. Y esa delicia que es ir leyendo, pasando las páginas, y comprender que el entretenimiento, que la lectura, que las obras, son precisamente esos lugares donde puedes unir los puntos que, al final, lleguen a proporcionarte una visión completa de lo que pretendías tener en tu mente. La pregunta típica sería: ¿me imaginaba algo de lo que iba a pasar? Algo sí – cosa que no me sucedió con Un lugar adonde ir -, pero aunque su final no suponga un giro increíble en el escenario del libro, para mí es precisamente esa naturalidad la que recoge a la perfección lo que, creo, pretende el libro: hacernos comprender que, por numerosas razones, el ser humano puede convertirse en el lado más perverso imaginable. ¿Estaríamos dispuestos a matar por algo/alguien que creemos que nos importa demasiado? Tened presente esta pregunta.

Decía que Donde fuimos invencibles es diferente en sus formas a la anterior novela de María Oruña porque, pese a la costosa labor de documentación que puede suponerse al leer la tercera entrega de los libros del Puerto Escondido, se nota un mayor dinamismo a la hora de contarnos lo que sucede. Los dos escenarios: la investigación y el borrador de la novela de uno de los protagonistas, casan a la perfección y rellenan los huecos que habían permanecido en algún momento ciegos al espectador. Y no lastra para nada el ritmo. Poco podré decir, además, sobre los protagonistas y secundarios ya que quien haya leído las otras dos entregas de esta saga conocerá a la perfección los recovecos de cada uno de ellos. Para aquellos que no habéis tenido el placer de leer Puerto escondido y Un lugar a donde ir, os diré que no esperéis y los leáis, pero que en cualquier caso, María Oruña ha dosificado la información para que nadie pueda perderse y pueda disfrutar de todo aquello que nos presenta.

Pero me preguntaba al principio qué somos. Y es que creo que el verdadero acierto de Donde fuimos invencibles es todo el apartado paranormal que se liga a la investigación. Por varias razones que no vienen al caso, me siento siempre bastante interesado en estos temas. Y aunque algunas de las informaciones que da la autora en la novela ya las conocía, otras me han animado a investigar por mi cuenta aquello que nos explica con una claridad y una sencillez asombrosa y digna de agradecer. Leía estas partes con gula, como si no pudiera parar de leer, como si con cada capítulo fuera descubriendo un mundo nuevo a mi paso y eso, lectores del entretenimiento más puro, no me digáis que no es maravilloso.

Nos ponemos a reflexionar demasiado sobre si las novelas debieran cambiarnos la vida. Si la lectura tuviera que ser tan intensa que, después de haber terminado o en recorrido, la existencia no pudiera ser igual. Pero, ¿y si fuéramos más livianos? ¿Y si nos acostumbráramos, simplemente, a disfrutar? Eso es lo que podéis hacer con esta novela. Ni más, ni menos.