Hacía tiempo que no me pasaba. De hecho no puedo recordar cuándo fue la última vez que una obra contemporánea me tocaba de esta manera. Hace mucho que estas sensaciones se las dejo a la pila de clásicos pendientes a los que mi ansiedad me vocea que no tendré tiempo de leer. Por ello, cuando un libro nuevo me «toca», me recreo, lo vivo y disfruto con todos los sentidos. Justo esto me ha pasado con Deje su mensaje después de la señal. Arantza Portabales pincha tan hondo, tan intensamente que días después de acabar el libro sigo pensando en cada una de sus protagonistas. Cómo desprenderme de sus historias si son las historias de tantas, de alguna manera son las historias de todas, también mías.

Empecemos por el principio: la originalidad. Este libro, tal y como está planteado en su narración ya es un valor seguro. Cada vez que lo recomiendo y me preguntan sobre qué va, mi respuesta es la misma: cuatro mujeres conversando con un contestador automático (cada una con el suyo), la piel a jirones entre monólogos íntimos, a veces devastadores, como la vida misma. Al otro lado del contestador, nada.

Sigamos por los personajes: Marina es una abogada especializada en divorcios cuyo marido acaba de abandonarla. Los mensajes son para él, o como todas, para ella misma. Salen poco a poco las razones de tal abandono, la historia de dos adultos que han compartido su vida, los sentimientos de antes, ahora y los que vendrá. Puro ejemplo del duelo por abandono donde todas y todos somos un bastante Marina. Después tenemos a Carmela, una señora mayor que deja los mensajes en el contestador de casa de su hijo, éste es médico y se encuentra en el Sáhara ayudando a niños. Carmela tiene cáncer y relata en cada mensaje a su hijo todo el proceso por el que pasa y muchos secretos de su vida, ya que no quiere que se entere aún, para que no vuelva a casa y así deje todo de lado. Es mi historia favorita, la más cruel y sin embargo la más divertida. La empatía también es cuestión de experiencia, por eso a Carmela no la olvidaré nunca. La tercera es una chica joven, a punto de casarse y de familia más que acomodada. ¿Qué puede fallar? Pues que Sara, que así se llama, ha intentado suicidarse. El contestador al que ella llama es el de su psicólogo, un amigo de la familia cuya terapia no parece del todo ortodoxa, pero es ésta la única manera de que ella vaya organizando lo que hay en su cabeza de aparente chica privilegiada. Y por último tenemos a Viviana, que decide sincerarse con su padre en un contestador que sabe, él nunca escuchará. Viviana es prostituta y vive en Madrid, su familia (gallega) piensa que en la capital trabaja en IKEA. A través de cada llamada vamos acercándonos a la oscura vida de la joven, el porqué de rendir cuentas ahora y su necesidad de contar y contar para poder volver a ser ella misma. Maravillosas las cuatro y maravilloso el orden sistemático de llamadas que irán entrelazando las historias de una manera coral, perfectamente engranadas. Mujeres que necesitan hablar sabiendo que no las van a escuchar, un acto personal de salvación y catarsis ante situaciones crueles donde no se contempla la interrupción.

Personalmente creo hay algo que no está a la altura en este descubrimiento de novela, y es la portada. Lumen con sus maravillas de ediciones a las que nos tiene acostumbrados no tuvo un buen día. Creo que no se hace justicia ni se representa todo lo que nos espera dentro, pero para eso estamos aquí, para que no dejéis pasar la oportunidad de descubrir a Marina, Carmela, Viviana y Sara. Gracias a ellas siento que las letras actuales están más vivas que nunca, que debemos confiar en lo que nos aportan y que los nuevos talentos siempre están y estarán, sólo hay que tener la suerte de cruzarse con ellos. Enhorabuena Arantza.