La tradición literaria, salvo alguna excepción, ha concebido el contexto rural como el escenario perfecto para que surja el conflicto. Para que, entre las calles casi sin asfaltar de las zonas m´s profundas, uno pueda sumergirse en historias de venganza, muerte y casi diríamos que antiguas leyendas que se cobran las consecuencias años después. Con Los Caín no estamos ante una novela de crímenes o ante un thriller policíaco, por mucho que en algunas críticas hayan querido hacer hincapié en esta postura. O al menos eso es lo que pienso después de haber leído el libro. Y no lo estamos porque aunque todo lo que rodea al protagonista se enmarca dentro de la tensión propia de un thriller, creo que lo más importante es lo que subyace en la relación que establecen los personajes, sean principales o secundarios, y en cómo cada acción desencadena en un pueblo – que, no olvidemos, se encuentra prácticamente aislado – unas consecuencias que van escalando hasta llegar a un límite que no desvelaré. Quizás eso sea lo que más me ha gustado de la novela de Enrique Llamas, pero esto es sólo la introducción y no voy a soltar las cartas antes de tiempo.

Héctor llega a Somino para desempeñar su labor como maestro. Una epidemia que mata a lo ciervos del lugar; antiguos secreto del que el pueblo no quiere hablar y el final del franquismo son los elementos que harán de su estancia en Somino lo más parecido a lo que las inclemencias del tiempo pueden hacer con un cuerpo: consumir sus energías.

Uno no se encuentra todos los días con la forma de escribir de Enrique Llamas. Es muy posible que no me hubiera fijado en su libro si no hubiera visto la recomendación en una de las muchas redes sociales de que disponemos hoy en día y, además, si no hubiera ido tan bien elegida la portada para una novela como Los Caín.. Aunque parezca sencillo, la elección de ese ciervo ya nos indica que vamos a estar inmersos en algo salvaje. No podría describirlo de otra manera. Pero más allá de las superficialidades que hacen que uno elija una lectura, uno se adentra en ella y ve que lo que nos propone el autor va a ser algo incómodo. No por la temática, o al menos no en exceso. Pero sí que ya desde el inicio se intuye que en Somino, perfecto nombre para un lugar como en este caso que, además, se convierte en principal protagonista de la novela, todo lo que sucede sin explicación aparente tiene en su origen, en el núcleo, en el último fondo hasta el que llegan las motivaciones humanas, un elemento de maldad que convierte la vida de los habitantes del pueblo en lo oscuro, en esa sangre que se reseca y deja no sólo un rastro, sino también un recuerdo de todo lo que allí sucedió.

Creo importante, además, que si uno realiza una reseña sobre Los Caín no cuente absolutamente nada de lo que guardan sus personajes, o de lo que le sucede a Héctor una vez que sus clases comienzan. El más mínimo detalle estropeará la experiencia. Y, además, como siempre digo en mis lecturas, no creo que exista nada perfecto en esto de la escritura, con lo que algún “pero” tiene que haber. En primer lugar, me da la sensación de un final apresurado. Si estuviéramos ante una película, casi diría que ha habido un corte de fotogramas tan bestial que aparecemos de repente en un momento que no nos esperábamos. En segundo lugar, algún personaje me hubiera gustado que apareciera menos desdibujado, aunque entiendo que eso hace referencia a las exigencias de una historia que, de no haber sido escrita – y corregida – así, hubiera ocupado muchísimo más. Y por último, algún detalle que se alarga demasiado sin una necesidad aparente de que así sea. Pero hay que reconocerle a Enrique Llamas, pese a todo lo que he dicho anteriormente, que ha creado una historia y unos personajes que hacen disfrutar de la lectura de una forma que no esperaba encontrarme y eso se agradece.

El mundo rural, lo decía al principio, de un tiempo a esta parte sobre todo, se ha convertido en una especie de vergel para las historias donde los conflictos, la maldad y en cierto modo, esa oscuridad que tanto nos asusta, campe a sus anchas y nos deje exhaustos. Si todas las historias que se nos cuentan son como la de Enrique Llamas, a mí me vale.