La función del arte es sencilla y, al mismo tiempo, tremendamente compleja. Consiste en tomar todas las emociones, en su amplia gama, que nos ofrezca la experiencia de la vida para aglutinarlas en una obra cuyo resultado termine despertándonos todas esas emociones que motivaron su creación. Hacia la belleza, la nueva novela de David Foenkinos, trata sobre ese ciclo y representa la naturaleza del proceso a la perfección, de una manera visceral; casi física.

Antoine Duris es un profesor de historia del arte en la universidad de Lyon que abandona repentinamente su cátedra para presentarse a una entrevista de trabajo como vigilante de sala en el Museo d’Orsay de París. Allí será entrevistado por Mathilde Mattel, una jefa de recursos humanos que no entiende cómo alguien de su cualificación profesional aspira a ese trabajo pero que, seducida por el halo enigmático que rodea a Antoine, decide contratarle.

Y lo que inicialmente parece una anécdota extravagante, incluso algo simpática, irá desvelándose como una terrible encrucijada existencial cuando vaya desvelándose que, tras la extraña actitud de Duris, se esconde una dolorosa ruptura sentimental entremezclada con la muerte de Camille, una joven estudiante de Bellas Artes con un talento desbordante que vivió abatida por la depresión y un episodio traumático que terminó sumiéndola aún más en la oscuridad.

Hacia la belleza es, por tanto, una historia de pequeñas historias que no tienen relación aparente pero que forman parte de la misma trama. De personajes destrozados que deambulan por la vida, tratando de aliviar el dolor de su propia experiencia y cuyo único consuelo reside precisamente en la búsqueda de la belleza. Es decir, el arte en sí mismo.

A partir de ahí, David Foenkinos, con su magnífica prosa directa, sencilla y fluida, comienza a jugar con las expectativas y, sobre todo, con nuestras emociones. Porque tras un comienzo con cierta originalidad que resulta hasta divertido, con esas anécdotas de la vida en el museo y sus anodinos compañeros, da paso a la historia de una ruptura sentimental plagada de lugares comunes que terminó despertándome ciertos recelos hasta que otro nuevo giro en la trama reactivó mi interés para terminar provocándome ese mismo bucle de imaginar lo que iba a pasar y una nueva sorpresa que cambiaba mi perspectiva sobre el relato.

Creo que ahí es donde reside la principal fuerza de Hacia la belleza porque los lugares comunes se llaman así por un motivo y es que, todos, de alguna manera u otra, hemos transitado por esos terrenos escabrosos de la vida. Situaciones donde es fácil sentirse identificado, ya sea por experiencia propia o a través de alguien conocido, en todo lo que va sucediendo. Especialmente para aquellas personas a quienes nos apasiona el arte y lo necesitamos como refugio y motivación para hacer más llevaderos los desengaños de la vida, las decepciones del amor, el desánimo, el horror hacia la violencia, el miedo a los propios miedos, la sensación de soledad, el sentimiento de vacío y la desorientación existencial.

Un viaje hacia la belleza que también tiene un peaje costoso porque David Foenkinos ha escrito una obra devastadora cuya desolación se ahonda a medida que va sucediéndose la trama y conocemos al detalle los entresijos de la historia de Antoine pero, especialmente, la de Camille. Un dolor que termina confluyendo en un final catártico que no solamente es necesario para aliviar la amargura acumulada sino que termina desatando todas esas emociones contradictorias para dar un sentido al sufrimiento. En definitiva, convertir la propia vida en una obra de arte.

En confesión personal diré que esta ha sido una de las poquísimas novelas que ha estado a punto de arrancarme unas lágrimas. Ignoro si ha sido por leerla en unos días donde la guardia estaba más baja o porque el libro tiene verdaderamente la capacidad de golpear en los lugares donde más duele. Lo que sí creo es que, con independencia del criterio y la opinión de quien la lea, Hacia la belleza es una novela que no provoca indiferencia. Al fin y al cabo, el arte también se trata de eso. Como la propia vida, ni más ni menos.

Y esto será otro lugar común pero aquí es donde estamos todos.