La maternidad no es un asunto fijo, un departamento estanco donde ir introduciendo palabras para que acaben pudriéndose bajo el peso del tiempo, del cambio, de la realidad. Porque la maternidad varía, o al menos la percepción que se tiene de ella, muta, se convierte en algo distinto de lo que se produjo en los inicios y, muchos años más tarde, volverá a cambiar para ser una maternidad distinta, llena de pequeños detalles, matices, diferencias, que la convierten en un tema sobre el que pocas veces nos pondremos de acuerdo. Pero la maternidad, con su vida interior y su complejidad, se ha convertido – sobre todo en los últimos años – en una fuente inagotable de publicaciones, de requiebros, de debates, que han hecho que los que lo vivimos desde fuera entiendan más a quien vive en ella. No soy padre, no pretendo serlo. No hay una razón concreta. Simplemente el hecho de no haberme planteado que, en mi vida, exista un hueco para mi yo como padre. Quizá por eso, por mi desconocimiento, por mi distancia y mi vista miope de algo tan sacralizado en nuestros días como lo es la maternidad, intento buscar voces que me hablen desde lo real, desde las aceras, de las calles que crean realidades, desde un hogar donde ser madre puede ser lo mejor, pero también la cadena que ata. ¿Por qué he leído La mejor madre del mundo? Porque la autora, como otras escritoras a las que estoy siguiente en los últimos años, me habla en sus páginas desde una posición que, para mí, solo exige admiración: la verdad.

Dice la contraportada del libro que esta es la historia del duelo de una mujer sobre la escritora que fue y la madre en la que se ha convertido. Que si sobrevive la madre, una parte de la escritora morirá con ella. Que si gana la escritora, su historia se convertirá en universal. De ese duelo, de esa batalla, de ese querer encontrar los sitios adecuados donde confirmar las diferentes máscaras que gobiernan a esta mujer, nace este libro. O quizá toda una vida.

Me gusta la gente valiente. La que se arriesga, la que convierte las letras en pequeñas armas que van revolviéndose y horadando las pieles. Digo esto porque Nuria Labari me lo parece. No ha construido un relato sobre la maternidad común y corriente, sino que parece haberlo hecho desde las tripas, desde las entrañas donde la verdad – de nuevo, esta palabra – y la mierda que lleva aparejada se mezclan para conformar la realidad. Lo más fácil hubiera sido escribir algo amable, que llegara a todo el público y que convirtiera la maternidad en todo un conjunto de maravillosa felicidad. Pero La mejor madre del mundo es uno de esos retratos tan reales que a veces duelen, como un pequeño pinchazo que persiste en su empeño durante un buen rato, donde la MujerMadre y la MujerTodoLoDemás conviven en una continua guerra donde las preguntas, el cuestionarse, el avanzar con las dudas y los temores de su individualidad perdida, convergen en un relato tan apasionante como consciente. Se deslizarán por estas páginas temas como lo que significa ser mujer, sobre lo que la maternidad exige, significa, revela o no permite volver a ser, sobre el aborto, el sexo y la convivencia; sobre ser madre, por supuesto; sobre lo que la sociedad espera, sobre lo que no espera, y así llegaremos al final mientras es posible que el mundo se haga añicos. Lo repito, por si no ha quedado claro: me gusta la gente valiente, y la autora lo es.

La maternidad ha dejado a un lado su tabú a la hora de cuestionarla y, afortunadamente, cada vez son más las publicaciones – bien ensayos, bien novelas – que nos hablan de los claros y oscuros de ella. La mejor madre del mundo no trata al lector como un idiota, ni con condescendencia, ni con esa sensación de estar evitando hablar claro sobre un tema. La maternidad, en este libro, es una realidad más a la que enfrentarse. Una lucha. Una batalla. Una guerra llena de diferentes personalidades que confluyen en una misma realidad. Participar en ella no me corresponde, pero al observarlo desde lejos, al leer lo que ha escrito Nuria Labari uno sólo puede entender que ser madre, ser mujer, ser todo a la vez, es una cuestión más de supervivencia que de un simple vivir que va fluyendo. Y ahí radica la importancia de este libro: pertenecer a esa rara avis que nos habla desde la verdad con el temor, quizás, de estar dando en la diana.