Portada de «Prohibido nacer», de Trevor Noah

Hay obras que cuando aparecen, por el motivo que sea, no te llaman la atención. Quizá porque estás más enfocado en otros temas o en otros autores y ese libro te pasa totalmente desapercibido. Obras que, transcurrido un tiempo, quizá por casualidad o porque te apetece leer algo diferente, empiezas a ojearlas y no entiendes cómo es posible que las ignorases en su momento. También hay libros que necesitan de unos acontecimientos determinados para cobrar el relieve que merece. 

Creo que este ha sido el caso de Prohibido nacer, las memorias de la infancia y adolescencia de Trevor Noah, un joven sudafricano que creció dentro del horroroso Apartheid, sin perspectiva alguna de ir más allá de ser un esclavo legal, y la vida terminó convirtiéndole en uno de los cómicos más reputados e incendiarios de esa Norteamérica que, a día de hoy, se encuentra sumida en el caos a raíz de la pandemia y de la cual ha surgido un poderoso movimiento antirracista provocado por el vergonzoso asesinato de George Floyd a causa de la brutalidad policial. 

La premisa que ya indica el título es que ninguna persona elegimos nacer pero lo que nos resulta difícil de concebir, valga la redundancia, es que un nacimiento sea algo ilegal. En la Sudáfrica de la segregación extrema, la concepción de Trevor Noah, hijo de una madre negra de la tribu xhosa y un padre suizo, estaba penado con la prisión para los progenitores. 

Aquella mujer negra y aquel hombre blanco se amaban y debían mantener esa relación en la más estricta clandestinidad. Él no quería tener hijos pero ella sí y le pidió que la dejase embarazada a cambio de ocuparse totalmente del cuidado y la educación de su hijo. Pero la pareja, debido a una serie de circunstancias, nunca llegó a tener consecuencias legales y el resultado fue un hijo mestizo. 

Después se separaron y aquella mujer, una persona con una inquebrantable fe religiosa, se enfrentó sola a todas las adversidades posibles para sacar adelante a un niño que, en cualquier lugar, se habría considerado negro (y el propio autor así se reafirma orgullosamente) pero, en el absurdo racismo institucional sudafricano, estaba en una categoría intermedia. 

Algo que le supuso al joven Trevor no encajar en ninguna de las diferentes clases sociales y no pertenecer realmente a ninguno de los microuniversos que le rodeaban. Porque el “atípico” color de su piel le llevaba a que su propia familia no le considerase totalmente de los suyos pero las supersticiones locales le otorgaron un estatus casi sagrado en su entorno. Una especie de intocable en un círculo, un completo extraño al que se aceptaba en otras realidades y un enemigo a batir en algunos barrios. 

Porque las paradojas del Apartheid le hacía tener los privilegios de los blancos entre los negros que le veían como un blanco y no sufrir las peores consecuencias del racismo por parte de los blancos porque no llegaban a considerarle plenamente negro. Una realidad donde unas perspectivas de futuro y la seguridad personal dependían ya no solamente de haber nacido en un barrio concreto sino de vivir en una calle o en otra.  

Prohibido nacer nos desvela, desde dentro, la realidad de Sudáfrica a finales del siglo XX por un privilegiado espectador que podía saltar, con relativa facilidad, entre mundos donde todo estaba estructurado de manera que un grupo racial o tribal no pudiera acceder a los demás. Y resulta apasionante leer esa perspectiva tan amplia de una sociedad donde todos sus ciudadanos estaban forzados a vivir de una manera completamente limitada. Una gran ciudad como Soweto se había convertido en una cárcel para un millón de personas que jamás saldrían de allí. Un lugar donde casi nadie tenía voz ni pretendía tenerla porque era difícil saber si no acabarían el día arrestados por los caprichos de una policía extremadamente represiva o asesinados a manos de cualquier desconocido por el motivo más trivial. 

Una de las mayores crueldades perpetradas por los afrikáners fue mantener el resentimiento histórico entre las diferentes naciones tribales para alentar la división de los oprimidos. El respeto a sus idiomas y sus culturas, irónicamente, fue utilizado por los colonos para que los propios individuos fuesen incapaces de entenderse y comunicarse entre ellos, espoleando así su odio milenario. Trevor Noah, gracias a sus peculiares orígenes y su perspicacia, aprendió desde pequeño varios de esos idiomas ayudándole a conseguir favores, mejorar su situación personal y salvar la vida en alguna que otra ocasión. 

La realidad que nos muestra Prohibido nacer y que, de una manera más atenuada y sibilina continúa existiendo, es desoladora. Porque, además del Apartheid, el protagonista tuvo que lidiar con un padrastro alcohólico y violento que maltrataba a su familia. Pero Trevor Noah es comediante y cuenta con una gran baza: narra su historia con un sentido del humor tan sano como envidiable.

Y es que no todo en esta historia es odio y represión. También cuenta anécdotas desternillantes como aquella donde cagó en casa para evitar salir a la letrina comunal bajo una lluvia torrencial y la familia pensó que las heces escondidas en el cubo de la basura eran obra de un espíritu maligno llevándoles a realizar un exorcismo comunitario al más puro estilo ancestral. O esa situación donde su amigo Hitler (un nombre muy común en Sudáfrica a causa de la ignorancia histórica) era un excelente bailarín que le acompañó en una sesión como DJ en un colegio judío donde habían sido contratados provocando, sin ser conscientes de ello, un predecible altercado. 

Son sólo un par de maravillosas historias que alivian y relativizan la vergonzosa miseria y la violencia estructural de una sociedad enferma.

Otro de los aspectos que me han gustado mucho del libro es que, fuera de la realidad del Apartheid, resulta muy fácil reconocerse en el joven inseguro, de autoestima frágil que no sabe muy bien lo que va a hacer en la vida. Al fin y al cabo, nos habla de un niño al que no le apetece ir a la escuela, que se lo pasa bien jugando en la calle aunque tuviese que estar oculto la mayor parte del tiempo y de un adolescente enamorado de chicas a las que jamás confesará sus sentimientos porque ve imposible ser correspondido por ellas. El joven que se hace adulto a costa de las primeras decepciones con la vida y sin entender muy bien nada de lo que está pasando. 

En definitiva, nada muy distinto a lo que hemos podido vivir cualquier persona bajo cualquier circunstancia. Un fantástico recordatorio de que no solamente el color de piel no nos hace diferentes, sino que, a pesar de las diferencias culturales y las circunstancias históricas, seguimos siendo iguales. Que la Humanidad está conformada por personas que quieren vivir tranquilamente, de una manera digna y que esperan amar, ser amados y dedicarse a lo que les hace felices.   

No podría decir que estas memorias de Trevor Noah vayan a suponer un hito en la literatura biográfica, ni mucho menos, y seguramente vuelva a pasar desapercibido, en algún punto de esta realidad que cambia casi a diario, bajo la ingente cantidad de títulos que inundan las librerías y que saldrán para explicar este nuevo mundo sobrevenido repentinamente. Pero sí creo que sus páginas desprenden un interés y una vitalidad narrativa difíciles de encontrar. 

Prohibido nacer es de esos libros que palpitan entre las manos, que te obligan a leerlo casi del tirón, haciéndote sentir a ratos bien y a ratos sentarte mal pero que, a pesar de la crudeza de algunos pasajes, no deja de resultar bello y emotivo en su conjunto. Porque son palabras llenas de amor por la vida y su aceptación con todos los claroscuros que implica. Y algo así no puede pasar desapercibido.