Tengo la sensación de que Blackie Books es la editorial española que más está haciendo, a día de hoy, por el humor impreso. Y que no solamente apuesta por publicar narrativa cómica, algo que parece casi vetado en una parte importante de los grandes sellos editoriales, sino que se atreve a publicar humor insolente. Que es,  precisamente, el más gracioso y necesario en épocas de tanta corrección como la que vivimos. Ahí están los extraordinarios Miguel Noguera o Santiago Lorenzo, entre tantos otros, para hacernos ver, desde otras perspectivas, el lado más absurdo de la vida y despertar el adormilado gamberro que muchos llevamos dentro.

Por otro lado, también resulta muy difícil escribir comedia. Al menos, la comedia tal y como debería ser. Con humor de calidad, inteligente, repleto de irreverencia, de sarcasmo, de ironía, de dobles sentidos. De ese humor que no tiene miedo a ofender y se atraganta en la boca del estómago por la risa que provoca.

De ahí que me parezca un gran acierto la publicación de Hace tiempo que vengo al taller y no sé a lo que vengo de Jorge de Cascante, una recopilación de sesenta relatos breves que pueden caer como un jarro de agua fría para las mentes más cerradas pero que supone un soplo de frescor para quienes disfrutamos mofándonos de todo. O casi.

Jorge de Cascante ha creado un mosaico de nuestro lado más patético, como individuos y como sociedad, donde dispara contra todo el mundo. Política, sexualidad, religión, luchas sociales, mundo laboral, precariedad, pobreza, egoísmo, vanidad, nuevas tecnologías, intelectualidad, discapacidades, drogas, ignorancia, vacíos existenciales… La lista es tan amplia como páginas tiene el libro. Parece que nada de lo que nos atañe en la actualidad y en nuestra vida cotidiana escape a este conglomerado de visiones.

Una serie de relatos donde predomina nuestro intento por ser más de lo que verdaderamente creemos ser y por aparentar, con resultados lamentables, lo que, en realidad, somos. Historias de personas que odian el mundo, se odian así mismas y odian al mundo porque se odian a sí mismas. Personas que escriben cartas de amor a personas que no aman. Parejas que consensuan estar juntas hasta la muerte si no encuentran antes a otra persona mejor. Gente que anhela tener vidas interesantes, que sean admiradas por los demás, pero que viven encerrados en la más vulgar de las cotidianidades.

Historias narradas en tercera persona pero también en una primera voz que, en ocasiones, muestra un marasmo mental que bien podría ser un extracto cualquiera del Ulises de Joyce pero con gracejo y coherencia. Testimonios que, ante todo, podrían calificarse de un costumbrismo actual deliciosamente cruel y casposo.

Como aquel joven procedente de un imaginario pueblo del sur que está muy impresionado de vivir en Madrid y agradecido a la vida por tener la oportunidad trabajar en un “100 Montaditos”. O la actriz española que no sabe inglés y está grabando en Nueva York con una coach de acento sintiéndose una diva repleta de talento con un espléndido futuro por delante mientras hace lo posible porque los demás piensen que es una mujer humilde y natural. O esa otra mujer que se erige en bandera de los derechos por el colectivo LGTBI y el feminismo pero, en el fondo, es una persona mucho más retrógrada e intolerante que todos aquellos a los que critica. Ni hablar ya de los acontecimientos más importantes, casi todos intrascendentes, en cada uno de los treinta años de trabajo de un portero de finca.

Tampoco diré que todos los relatos contenidos en este libro me hayan parecido brillantes. Hay algunos que pueden resultar redundantes y otros que parten de una buena idea pero no terminan de cerrarse bien. Sin embargo, la mayoría son rabiosamente divertidos y geniales. Desde esa fantástica historia donde un hombre empieza a identificarse con los carlinos y termina formando una banda de perros pug que se hacen con el control del país hasta el enano que trabaja dentro de un muñeco en una serie televisiva infantil y vive obsesionado porque ve coños por todas partes provocando el rechazo de su compañera de trabajo de la que está enamorado.

En definitiva, Jorge de Cascante ha creado un maravilloso delirio creativo donde el absurdo nos demuestra que es la esencia de la realidad. Hace tiempo que vengo al taller y no sé a lo que vengo, título que ya es un fantástico microrrelato en sí mismo, se trata de un conjunto muy equilibrado, dentro del desequilibrio de cada protagonista, donde seguro que cada lector reconocerá a mucha gente pero también donde se vea reconocido. Porque esa es otra de las características de la buena comedia: que para reírse de los demás antes hay que saber reírse de uno mismo.

Ojalá que esto no se pierda y sigamos disfrutando de muchos más libros así.