Cuánto me alegro de no haber sucumbido nunca al impactante título de la película de Pollack «Danzad, danzad, malditos». Está basada en el libro que hoy os traigo con toda la perplejidad del mundo. Si no fuese por la confianza ciega que tengo en la publicación de todos los libros (sin excepción) que la editorial Navona edita en su colección de ineludibles, jamás hubiese conocido esta joya de la literatura de Horace McCoy. ¿Acaso no matan a los caballos? debería tener género propio dentro de la literatura, debería ser más referente de lo que ya es por su complejidad, su sinceridad y sus vísceras. Es una puñalada por la espalda que no podemos evitar. Me alegro de no haber visto aún la película porque este impacto literario ya no me lo quita nadie.

La historia está ambientada en California a principios de la década de los treinta, justo cuando el azote de la Gran Depresión está devastando el país y el futuro de su gente. La única escapatoria para Robert es conseguir dinero y lanzarse al estrellato siendo un gran director de cine. Hollywood es la ambición de muchos jóvenes en la búsqueda de una vida mejor. Gloria intenta ser actriz. Es una chica lúgubre con ganas de desaparecer en el más literal sentido de la palabra, pero con necesidad también de comer. Ambos, tras conocerse se apuntan al concurso estatal de baile, surrealista, grostesco e inhumano, donde no pueden parar de bailar día y noche durante semanas con descansos de apenas diez minutos. Garantizándose eso sí, siete comidas al día. Parece que este tipo de maratones eran recurrentes en una sociedad sumida en los problemas de la época como opio de masas para distraer de la miseria imperante y como forma de negocio de aprovechados de la necesidad del prójimo.

El primer impacto es la forma narrativa de la novela. Una sentencia dictada da estructura a la historia depresiva que dibuja su autor y enumera los capítulos. Un asesinato reconocido desde la primera página nos arrastra al son de frases sentenciosas en cada uno de ellos, conociendo así por propia voz del protagonista los pasos (de baile y acción) que siguen al encuentro entre Robert y Gloria. El baile se convierte en una trampa opresiva, un encarcelamiento necesario o casi una esclavitud voluntaria. Estas emociones van calando en el lector/a haciéndonos complices de la tortura, de un aura asfixiante donde la agresividad va creciendo y la lucha entre la supervivencia y la rendición nos va agobiando en cada página que leemos con voracidad. El final de la novela no cambia la historia, pero sí termina de cortar los hilos que nos aguantaban débilmente para no caer del todo en el abismo más desolador y deprimente de la vida. Cierra el círculo necesario que da sentido a todo. Un sentido tenebroso, aunque bastante lógico.

¿Acaso no matan a los caballos? es una novela pesismista y sin embargo embaucadora. Seduce al instante y quedas atrapado para siempre. Su lectura tiene su momento y su lugar, pero haced por encontrarlo porque no os arrepentiréis, eso sí, mucho cuidado, es bien sabido que la tristeza es adictiva y como buena droga, su síndrome de abstinencia será duradero e inolvidable.