No sabemos perdonar a los demás. Ni tampoco a nosotros mismos. Cometemos errores, los repetimos, y en un alarde de incoherencia, no conseguimos seguir adelante si un “lo siento” no se refleja en nuestras bocas, en las pantallas de nuestras redes sociales, o en silencios que se arrastran por el suelo. Cerramos los ojos, caminamos, hacemos como que todo ha terminado, que ya está, que nada importa demasiado, pero las ciudades son cepos que van clavando, con sus dentelladas, el inevitable recuerdo de aquello que fuimos, que es en parte lo que somos, y que será lo que seremos. Porque las ciudades, por muy grandes que sean, nos recordarán en algún momento ese pequeño detalle que nos haga retroceder o, por el contrario, nos hará darnos de bruces con la realidad más puñetero. Y es que no sabemos perdonar. No nos lo enseñaron en la infancia. Lo intentamos aprender, a marchas forzadas, cuando el primer golpe en el corazón se instaló como un pequeño ring de boxeo. Y esos golpes, los cien o mil que recordamos, aquellos moretones que nos hicieron caernos al suelo, levantarnos después, para volvernos a caer en un simple segundo, siguen ahí, en esa ciudad que parece acogernos, pero que saltan a nuestro encuentro como una baldosa agrietada donde se ha acumulado demasiada agua. Y ahí, en esos momentos, es donde se va construyendo una banda sonora que, ya sea en silencio o entre gritos de rabia, hace que Fuimos canciones sea tan real. ¿Es un libro? Sí. ¿Es una obra de ficción? También. Pero algo me dice que no es sólo eso.
Macarena odia su trabajo. Junto a sus dos amigas, Jimena y Adriana, ha conseguido convertir a Madrid en una ciudad donde todo es posible. Pero algo está a punto de decirle que lo que ella pensaba que estaba superado, no lo está en absoluto. Y es que los recuerdos, las canciones, todo aquello que en una vida puede crearse y desaparecer de la manera más fortuita, vuelve a aparecer. Leo. Su gran amor, el que la dejó hecha mierda, ese que no supo pedirle el perdón necesario para seguir adelante, ha vuelto a aparecer. Y su vida vuelve a complicarse.
Voy a ser claro por una vez, sin esperar al final: Elísabet Benavent ha escrito su mejor libro. Ha pasado mucho tiempo desde que entrara en el mundo editorial con En los zapatos de Valeria y pocas veces que me he alegrado tanto del éxito de una escritora como lo que me sucede con ella. Su primera novela llegó en un momento donde la identificación con los personajes hizo posible que yo disfrutara de su historia. Ahora, en Fuimos canciones, nos encontramos a una autora mucho más madura, con un mismo estilo de base pero mucho más elaborado en sus formas, que consigue traducir en palabras aquello que nos ha sucedido a muchos y que convierte a la historia de esta novela en una pequeña realidad de ficción. Creo, sin temor a equivocarme – aunque ya se sabe que esto de las opiniones es como los culos, todos tenemos una –, que estamos ante sus tres personajes mejor creados. Uno de los grandes problemas que siempre he tenido en este tipo de publicaciones – léase “literatura romántica” – es imaginarme a los protagonistas, seguirles en el camino que nos dibuja el autor, y vuelvo a tener esa sensación, al cerrar el libro tras terminarlo, de haber encontrado tres miradas que me invitan a creer que todo es posible.
Hablamos de perdón tantas veces que parece que su significado se ha perdido por el camino. Elísabet Benavent describe a la perfección esos momentos en los que la vida puede detenerse en el mismo punto donde lo dejaste, aunque te mintieras a ti mismo/a por dentro. Pero no hablamos sólo de perdón en Fuimos canciones. De ahí que diga que estamos ante un poco de realidad en un mundo de ficción. Temas tan universales como el amor, la familia, el deseo, la pasión, los miedos, la incertidumbre, las lágrimas de dolor que resbalan por las mejillas, el cariño, el sexo, la amistad, juegan bien sus cartas y construyen una primera parte de esta bilogía perfecta. Porque escribir sobre el perdón no es lo mismo que darlo o recibirlo, pero qué queréis que os diga, se le parece bastante.
Nos perdonamos cuando ya las cosas no pueden volver atrás. Cuando el punto de no retorno aparece es como si nuestros cuerpos se dejaran ir, aliviados, y todo aquello que permanecía bajo presión saltara a la superficie, mientras nosotros vamos recogiendo los pedazos que quedan. Fuimos canciones será ese momento en el que ser es mucho más importante que estar, en el que ser deja en bragas al parecer, en el que ser juega al juego de las lágrimas y las sonrisas mientras el dolor lo recorre todo, y en el que ser será como siempre entenderemos que es.