Las redes sociales son un instrumento como otro cualquiera para hacer que nuestro interés por un libro vaya en aumento. Durante un tiempo determinado van apareciendo fotos y comentarios sobre una publicación, algunos alabando la misma o comentando que no ha sido para tanto. Aparecen opiniones en diferentes portales, blogs, y aunque sólo sea por un efecto de acumulación, empezamos a prestar una mayor atención a un libro que, probablemente, de otra forma no nos hubiera interesado. No tengo nada en contra de ello. Creo que en un mundo virtual tan hiperconectado como el nuestro, es uno de los pasos lógicos para que algunos títulos destaquen sobre otros. Eso es lo que me sucedió con El cuarto mono. Sumemos, por un lado, todas las reseñas que han ido apareciendo; añadamos algunas opiniones en Amazon (todas de cuatro y cinco estrellas); y, desde un punto de vista más superficial, observemos la portada que ilustra el libro. Todos estos elementos, por sí solos, pueden no decirnos nada, pero si echamos un vistazo al espacio de tiempo en el que el libro de J. D. Barker apareció en las redes (durante unas semanas, por poner un ejemplo, en mi timeline de Twitter apareció una media de cinco veces, mañana, tarde y noche, alguna publicación sobre la obra), y dado que yo suelo fiarme de algunas personas que me recomiendan algún libro, era lógico que el que suscribe empezara a leerlo. ¿Qué sucedió a continuación? Ahora lo vemos.

Sam Porter, detective de la policía de Chicago, está de baja por la muerte de su mujer. Sus compañeros le llaman porque, lo que en apariencia parece el atropello de un hombre corriente, resulta ser la muerte de “El cuarto mono”, un asesino en serie que ha ido sembrando el pánico durante un largo periodo de tiempo. ¿Su forma de actuar? Enviar tres cajas blancas a las familias de las víctimas: en la primera una oreja, otra con los ojos, y finalmente otra con su lengua, para abandonar el cadáver después en algún lugar. Y la primera de las cajas ha aparecido en el escenario del atropello, por lo que todo el equipo comienza a trabajar contrarreloj para encontrar a la víctima y salvarla. Pero, ¿está todo tan claro como parece? ¿Y si en realidad “El cuarto mono” estuviera jugando con ellos?

La factura de El cuarto mono es tan clara como acertada: pon un asesino en serie despiadado, crea un misterio, dale un giro final que sorprenda y vete uniendo las piezas poco a poco para que el lector sienta que, a medida que los capítulos se suceden, el autor va un paso por delante de él. Es uno de los esquemas típicos en las novelas policíacas actuales y, por otra parte, una de las fórmulas que más adeptos tiene. De nuevo, no tengo nada en contra de el uso de estas fórmulas, aunque sí noto, en mi proceso como lector, que empiezo a cansarme un poco de estar esperando el giro que dará al traste con la teoría que manejo en la lectura de un libro. ¿Es que si ya no hay un giro formidable el libro ya no tiene interés?. Creo que hay que agradecerle a J D. Barker una cuestión: el que se note que se ha divertido con esta historia que, por otro lado, tiene todos los ingredientes para convertirse en una película ya que, y no se puede negar, la historia bebe de otros muchos títulos que han ido apareciendo en la gran pantalla – por poner un ejemplo: parece obvio el paralelismo entre Seven y El cuarto mono ya que en ambos, el asesino realiza una función de, llamémoslo, salvador de un mundo en continuo desastre –.

Pero si tuviera que hablar de las formas de esta novela podría dividirlo en dos partes: la primera, la que hace referencia a la investigación, me parece un entretenimiento puro y duro. No hay que darle más vueltas. Uno empieza a leer, se va divirtiendo, va siguiendo los pasos de los detectives, y pasando las páginas como quien devora palomitas con voracidad en un metraje que no te deja ni un minuto de descanso. De eso se trata: de que en cada capítulo suceda algo, aparezca una nueva información que nos impida perder la concentración. La segunda, la parte en la que el diario del asesino en serie hace acto de presencia y el protagonista empieza a leerlo. Aquí ya tengo mis reticencias. En mi caso, me ha sacado de la historia. Sé perfectamente cuál es la intención del autor, sé que en la última página del diario aparece el cabo suelto que faltaba para atar absolutamente todo lo que nos han ido contando, pero sigo pensando que algunos capítulos sobraban, que la lectura de algunos episodios no aportaban nada a lo que se pretendía contar, y alargar algo en exceso, es hacer que el ritmo se detenga, en una historia que no lo requiere, o que da el efecto contrario al que se quiere transmitir.

Y si habláramos del final de El cuarto mono – sin ningún spoiler en este párrafo, prometido – podría decirse que está a la altura – hay acción, un enfrentamiento entre el protagonista y su némesis con la tensión suficiente, aunque yo esperaba más, y un desenlace donde se cierran algunas de las tramas – aunque a mi me queda algún que otro interrogante que no es desvelado en la novela. Pero como todo, supongo que en ese final que nos da una clave para entender que habrá una continuación, aunque pueda leerse de forma independiente y no sufrir por ello, y tendré que esperar para encontrar algunas respuestas.

Decía al principio que las redes sociales tienen un papel importante en las expectativas o el interés que podemos tener en un título. Hay quien reniega de todos estos mecanismos de publicidad, y hay quien, como yo, intenta filtrarlos, ir encontrando aquellas opiniones que realmente le convencen, para un tiempo después, empezar a leer una historia que puede convertirse en una buena novela o en un globo que se desinfla con el tiempo. El cuarto mono es entretenida, tiene sus errores, pero en su conjunto es uno de esos éxitos palomiteros que, mirad, no hay que negarlo, a la mayoría nos apetecen de vez en cuando.