Si necesitáis salir del barullo literario veraniego, tengo la solución. Es fácil yéndose al catálogo de Editorial Impedimenta, pero especialmente si nos adentramos a pecho descubierto en una de las novedadades de la temporada: «Papá se ha ido de caza» de la genial Penelope Mortimer. Si ya conocéis El devorador de calabazas probablemente esta reseña os sobre porque no os voy a descubrir las grandes virtudes de su escritora, pero si no… no os la podéis perder por nada en el mundo.

Ruth es una mujer de clase media de mitad de siglo XX, es decir, con hijos repartidos por colegios, un marido ocupadísimo solo accesible en fines de semana y una buena y solitaria casa, donde pasar la vida acomododa en complicidad con otras mujeres de idéntico destino. Pero el confort es un término subjetivo, puede que no para el que mira, pero sí para el que lo soporta. Y de esto va la novela, yo la he sentido como una continua reflexión de la protagonista, como una cabeza que da vueltas y vueltas a su presente y su destino, aunque sus actos poco cuenten de esa introspección.

Ruth está a punto de irse un tiempo a Francia a una especie de balneario empujada por su marido para que la ayude con ese estado continuo de desasosiego, falta de espíritu y ganas por nada. Un día antes aparece esa situación que a este tipo de familias nunca les pasa: su hija mayor universitaria, Angela, le pide ayuda como único recurso porque se ha quedado embarazada en un noviazgo sin pretensiones ni futuro. La solución que le pide es que la ayude a abortar, por lo que interrumpe su inminente viaje y empieza el trasiego de indagaciones ocultas para conseguir el fin que Angela necesita. En medio de todo ello aparecen los pensamientos más íntimos de Ruth, que de ningún modo hace lo contrario a lo que debe. Es la contraposición de un yo muy interior con otro social, el que las normas derivadas de ser mujer imponen en una sociedad donde, sin letras, todo está escrito.

Papá se ha ido de caza habla de la identidad de género cuando no se está de acuerdo con ella, no olvidéis que estamos en un actual 1958. Está el comportamiento, la actitud y dinámica propia que se espera de una mujer en estas condiciones con pocos problemas tangibles. Pero el verdadero sentido de la novela, la nebulosa que cubre cada una de las páginas sí que tiene que ver con problemas. Con una vida en continua destrucción, con una sumisión en continuo cuestionamiento. Entramos en un letargo emocional del que no saldremos hasta el punto final. Alguna sorpresita también os espera casi al desenlace del entuerto, os gustará.

No puedo olvidarme de la estupenda traducción de Alicia Frieyro que ha sido la responsable de continuar esa nube acogedora que Penelope Mortimer construía con tanta maestría. Mucho más Mortimer, por favor.