Se dice que todas las historias ya están contadas. Quizá sea cierto. También se dice que no importa la historia que se cuenta sino cómo se cuenta. Y esto es verdad. Con el paso de los años y todas las lecturas que el tiempo me ha traído, he ido reafirmándome en esa idea y valorando, cada vez más, que no me importa lo que me digan sino la manera en que me lo digan.

Vozdevieja, la primera novela de Elisa Victoria, cuenta unos meses en la vida de Marina, una niña de nueve años, tremendamente precoz, que vive en la Sevilla de comienzos de los años noventa y observa su reducido mundo con mucha curiosidad pero también con el desdén propio de un adulto cansado de los demás y de la manera en que funcionan las cosas. Así que Vozdevieja, que es el mote de la protagonista en el colegio por su voz ronca, podría ser un buen ejemplo de lo que explicaba al principio porque no cuenta nada especial pero lo cuenta muy bien. Un relato donde apenas existe un conflicto definido, en el que no hay puntos de giro destacables, que no tiene un clímax y, aún con todo, no deja de resultar entretenido.

La historia no trata más de cómo ve Marina a su abuela, quejándose de su edad y de la vida que ha llevado pero enamorada de Felipe González. De la distante simpatía que le produce Domingo, su padrastro tartamudo. De los problemas económicos de la familia y la enfermedad de su madre. De sus cambios de casa y de colegios. De que quizá deban ingresarla en un internado de monjas. De cómo odia a los niños y su crueldad por aplastar caracoles para divertirse. De cómo se siente atraída por las niñas y desea que su primer beso sea con una de ellas. De cómo se ve más cercana hacia los ancianos jubilados con los que veranea que hacia la gente de su edad. De cómo descubre el sexo a través del porno y las revistas eróticas. De cómo le atrae la descarnada violencia en la ficción pero le horroriza en la vida real. El conflicto, en definitiva, no es más que la propia rutina de una niña con una vida normal y, sin embargo, la historia engancha y encandila. Por esa manera de hablar que tiene Marina y su visión irreverente de la realidad plagada de ideas inverosímiles a su edad. Pero da igual porque sus apreciaciones son maravillosas, los diálogos son fabulosos y la narración te mantiene una sonrisa constante. Pensamientos donde se entremezclan la inocencia más absoluta con la más afilada maldad. Donde lo mundano da paso, en alguna ocasiones, a lo profundo. Un universo personal en el que se puede ir rápidamente de la preocupación por no cagar bien a cuestionarse cuál es el sentido de la propia existencia. Un logro nada desdeñable.

Quizá lo que más me ha gustado Vozdevieja sea que Elisa Victoria ha hecho un retrato fidedigno de la infancia de nuestra generación en un barrio obrero. De esos días tórridos y aburridos donde la felicidad era comerse un Phoskitos mientras veíamos un capítulo de Bola de Dragón. De verse reconocido en esos gestos invisibles como escribir algo en un rinconcito de la calle; una frase o una palabra en la que nadie se fijaba nunca pero que suponía un orgullo de ver que estaba allí cada día y seguía con el transcurrir de los años. O la curiosidad de recorrer los descampados cercanos a nuestras casas para encontrar jeringuillas y condones usados. El morbo de quedarse a solas en casa de un amigo y ver las cintas porno que sus padres escondían al fondo del armario.

Una vida, la de nuestra infancia en la España de los noventa, que leída en este libro ya parece el fósil de un tiempo perdido. No por habernos convertido en adultos sino porque, en tan poco tiempo, el mundo ha cambiado radicalmente. Quien siga pensando que todo sigue igual debería leer una novela como esta para darse cuenta de que somos la última generación que ha crecido en un mundo analógico donde ni la política, ni la economía, ni la cultura, ni la sociedad, ni los valores, ni la tecnología, ni las relaciones personales, ni el estilo de vida son los mismos con los que crecimos. Ignoro si mejores o peores pero, desde luego, muy diferentes.     

Sin embargo, Elisa Victoria ha creado un retrato tan bien definido de un momento tan puntual cuya virtud pueda ser también su propio defecto. Que esa concreción repleta de referencias donde sus coetáneos podamos vernos reflejados corra el riesgo de resultar ajena para los lectores de otras edades. Ni hablar ya de un lector de otra cultura. Por eso mismo, es posible que Vozdevieja no llegue a atraer la atención de mucha gente ni supere el examen del tiempo. O quizá se convierta en un buen ejemplo para que la próxima generación sepa cómo fue la nuestra. Quién sabe.

En realidad, da igual porque está contada de una manera deliciosa, y maliciosa, y para mí eso es lo que importa.