Sabemos que la desigualdad, en cualquier ámbito, es una fuente de problemas. Que tratar a una persona de manera diferente a como se trata a otra, termina creando resentimiento. Y el resentimiento trae una serie de consecuencias a cada cual más nefasta.

Por desgracia, la desigualdad económica y social ha existido siempre, pero los procesos históricos y económicos nos condujeron a un periodo de cierta tranquilidad, estabilidad y prosperidad. Hasta hace poco, aunque no lo parezca, hemos sido una sociedad bastante igualitaria. A pesar de los problemas sistémicos, con sus injusticias y diferencias de base, la mayor parte de las personas en este lado del mundo han gozado del acceso a unas condiciones semejantes. Un estilo de vida que, siendo mejor o peor y más o menos mejorable, ha conferido una relativa comodidad y seguridad a sus ciudadanos.

La gente tenía sus propios problemas personales, por supuesto, pero también sabían que mantendrían sus trabajos, pagarían sus viviendas en poco más de una década y cuando llegara su edad de jubilarse recibirían una pensión con la que intentar disfrutar de su vejez. Y sus empleos, sus casas y sus pensiones quizás no fuesen las deseadas pero existía una certeza.     

La recesión del 2008 empezó a romper ese modelo introduciendo un escenario de incertidumbre absoluta donde todo está volviéndose imprevisible y las diferencias entre clases sociales están empezando a ahondarse. En España, al igual que en otros muchos países de nuestro entorno, la crisis económica ha sido el comienzo de un largo y doloroso proceso donde la desigualdad está empezando a ser palpable. Es fácil hacer la prueba. Pregunte a cualquier persona, especialmente si es joven, sobre sus perspectivas de futuro. Desde los expertos en economía hasta el chaval que acaba de terminar los exámenes de selectividad lo tienen claro: están convencidos de que sus vidas van a ser peores que la de sus progenitores. Al menos, como hemos entendido que la vida debe ser en nuestra sociedad. Supongo que usted también se habrá hecho esta pregunta muchas veces. ¿Cómo ve el futuro? Lo más probable es que la respuesta no difiera demasiado de ese negativismo. Especialmente si ronda los treinta años.

Esta sensación generalizada es muy peligrosa porque nos está sumergiendo, a un nivel global, en un proceso que tiene graves consecuencias individuales. Son el miedo, la ansiedad, la depresión y otras enfermedades mentales derivadas por la presión ante la incertidumbre y, muchas veces, por el consumo de drogas para soportar ese equilibrio constante en la cuerda floja.

En unos pocos años nos hemos convertido en una sociedad aterrada por la precariedad, que ya padecemos la mayoría y nos obliga a vivir casi al límite. Personas que no saben si seguirán manteniendo su trabajo en los próximos días y, por tanto, ignoran si podrán pagar su alquiler y tendrán que irse a otro lugar. Personas que, a veces, ni siquiera saben si podrán pagar una simple factura del agua. Personas que, aún teniendo un trabajo a jornada completa, comen gracias a la beneficencia. 

Cada vez son más los individuos, especialmente jóvenes, que ven frustrados sus proyectos vitales más importantes, como independizarse y formar su propia familia, por carecer del acceso a la estabilidad económica y el dinero suficiente para llevarlos a cabo.

Como decía al principio, ya sabemos que la desigualdad es nefasta y trae multitud de problemas personales y sociales. Entonces, ¿qué puede aportar un ensayo como Igualdad? Datos certeros. La constatación empírica de que la desigualdad es sinónimo de una sociedad formada por individuos con intenciones destructivas, contra sí mismos y los demás. Que la necesidad de un reparto más equitativo de la riqueza y el acceso universal a los servicios públicos más esenciales no es solamente el programa de una izquierda política anclada en el pasado. No. Las estadísticas, en multitud de aspectos muy diversos, demuestran que las sociedades donde los poderes invierten sus recursos para crear servicios públicos de calidad y legislan para garantizar derechos básicos como una vivienda digna son sociedades más sanas y satisfechas a nivel global e individual porque terminan siendo sociedades con menores tasas de delincuencia, problemas de salud, fracaso escolar. En definitiva, sociedades donde sus ciudadanos suelen tener un mayor sentido del civismo y de responsabilidad con su comunidad. Que cosas tan dispares como salir tranquilamente a la calle de noche y el sentimiento de plenitud personal están íntimamente relacionados con toda una estructura que garantice unas condiciones de vida dignas para el individuo.

Sin embargo, Igualdad, escrita por los catedráticos británicos Richard Wilkinson y Kate Pickett, no se queda únicamente en ofrecer estos datos que cualquiera podemos imaginar. También hace un esfuerzo por desmentir, también con pruebas, que el sistema económico actual ha creado su propio imaginario para justificar sus excesos convirtiéndolos en dogmas asumidos por la mayoría de la gente. Entre ellos, la meritocracia, que tiene más de mito que de realidad. Porque, si bien es cierto que el individuo debe luchar por lograr sus objetivos, es mentira que el esfuerzo y el trabajo vayan a otorgarle los resultados que desea. De hecho, los mejores puestos de trabajo, esos que nunca aparecen en los portales de empleo y que garantizan esos proyectos de vida a los que ya no puede acceder una parte importante de la población, están reservados a las personas que forman parte de los círculos de contactos e influencia que ofertan esos puestos. Y que los casos de individuos que, con mucho tesón, han logrado saltar de un estrato social humilde a una posición privilegiada son excepciones que intentan hacerse pasar por la regla.      

En definitiva, que cualquier esperanza de futuro pasa, en todo momento, por la igualdad. En todos sus aspectos. Y aunque esto ya sea algo que muchos sepamos, es necesario que alguien lo explique bien. De ahí la necesidad de leer ensayos como Igualdad.