La vida es capaz de quebrarse, de inmediato, por un simple detalle. Algo pequeño, en apariencia, que lleva en su interior un pasado, una memoria – la del cuerpo y la de la mente – y unos recuerdos que pueden golpear con la misma fuerza que si sucedieran en ese mismo instante. Todos hemos vivido ese tipo de situaciones, no es nada nuevo. La literatura está plagada de este tipo de argumentos. Que conste que no digo esto como algo negativo ya que, sintiéndolo mucho, opino que en esto de la literatura, de la escritura, del narrar las historias que en nuestro cerebro se crean, está prácticamente ya todo dicho. Habrá variaciones, habrá pequeñas configuraciones que den un aspecto diferente al conjunto, pero el fondo tiende a ser siempre el mismo: la búsqueda, incesante y a veces absurda, de quiénes somos, de qué queremos. El funeral de Lolita ha sido criticado por varias razones: por ser demasiado feminista, por hacer apología de la pedofilia, por ser machista – explíquenmelo bien, por favor – y supongo que por muchas otras cosas más de las que no puedo hablar porque mi buceo por la red no ha dado para tanto. El caso es que empecé a leer la primera novela de Luna Miguel por algo tan superficial como anodino: lo vi mucho en las redes, ciertas personas “de confianza” lo habían recomendado y me puse con una sensación extraña. Y digo extraña porque a la autora la conocía por su poesía y pensé, por un momento, que quizás no fuera a entender lo que implicaba el texto. Me equivoqué, claro. Lo demás, va a continuación.

Helena recibe un mensaje de una antigua compañera de colegio que dice que Roberto, antiguo profesor y amante, ha muerto. Será entonces cuando ella haga balance con su pasado, vuelva a su Alcalá de Henares natal, y pueda comprobar si aquello que ella recordaba es tan doloroso como realmente cree.

Entiendo la lectura de El funeral de Lolita dividida en dos partes: la primera, hasta la aparición de un diario – no daré más detalles – y, la segunda, todo lo que le sigue. Digo esto de antemano para que entienda lo que voy a decir a continuación. La literatura de Luna Miguel, en su fondo, me ha gustado. Rezuma aspereza por los cuatro costados, no tiene reparos en usar un lenguaje directo y falto de esa actitud políticamente correcta que puebla hoy en día todos los canales de comunicación, y muestra a la perfección esa mezcla de deseo y culpabilidad femeninos que los libros están empezando, ahora más, a sacar a la luz sin que nos llevemos las manos a la cabeza. Es obvio, además, su bagaje cultural y poético. Pero aunque el fondo, como decía, me ha gustado, no lo ha hecho tanto así la forma. Cierto es que, como decía al principio, la temática que vuela a lo largo de la novela no es novedosa, pero después de leer las críticas a la obra, me esperaba un paseo devastador y certero por un pasado que, si se me permite, más parece una caricia superficial al dolor que entrar directamente en el fango. Podríamos entrar en el debate de, si al ser hombre, hay ciertos aspectos de las vivencias de una mujer que no soy capaz de entender a la perfección – con lo que estaría de acuerdo –, pero no hablo de eso. Últimamente me sucede que, cuando estoy ante historias donde los recuerdos y el pasado juegan un papel importante, me falta algo. Si a eso se le suma la estructuración de la novela – de ahí lo de las partes diferenciadas – hace que tenga varios reparos a la hora de hablar de lo que he leído.

El funeral de Lolita sigue un esquema bastante lineal hasta que aparece un diario de juventud. Es entonces cuando al lector se nos saca de la obra de cuajo para hacernos volver, después, cuando ya nos hemos ido por completo. No sé a qué obedece esa introducción del mismo en la obra, o quizás debiera decir que no entiendo que sea tan extenso, ya que a mí, como lector, me alejó de la obra. Supongo que Luna Miguel podrá explicar, mucho mejor que yo, este punto. Pero eso es, para mí, uno de los errores de la novela. Producir un corte tan brutal que cambie todos los esquemas de la obra.

No seré yo quien se una a las críticas sobre la pedofilia. No creo que esto sea así. Pero sí que creo que, para poner punto y final a esta reseña, sería bueno debatir sobre qué es hacer apología de ciertos aspectos en la ficción y qué no.