Creo que, en algún momento de verdadero hartazgo, cualquiera nos hemos planteado la fantasía de dejarlo todo para irnos lejos de la civilización. Abandonar los trabajos que no nos hacen felices, dejar atrás las ciudades que nos asfixian, alejarnos de las personas que nos hacen daño y decir adiós a un mundo que nos disgusta y decepciona. Sin embargo, son muy pocos quienes se atreven a dar ese paso, aunque sea durante una breve temporada. Pete Fromm fue uno de ellos e Indian Creek son las memorias de los siete meses que pasó viviendo a solas con su perra Boone en un refugio de Idaho trabajando para el Gobierno protegiendo huevas de salmón durante el crudo y largo invierno del Oeste norteamericano.

La premisa del ensayo parece fantástica. Es la historia de un joven universitario que siempre había soñado vivir en la naturaleza indómita, como los primeros exploradores norteamericanos, y dejó los estudios para irse a vivir a una zona aislada donde el ser humano más próximo estaba a sesenta kilómetros, sin posibilidad de llegar con un vehículo debido a la nieve, y la única opción de comunicarse con el exterior a través de un teléfono que podría quedar inactivo con una tormenta fuerte o la caída de un árbol. Esto siendo una persona que no sabía cómo cazar, cómo cortar madera ni qué comida debía llevar de aprovisionamiento. Es definitiva, que cualquier eventualidad importante podría ser su final.

Su trabajo consistiría simplemente en comprobar todas las mañanas que no se había formado hielo en la zona de las huevas de salmón y registrar las temperaturas máximas y mínimas de cada jornada. Algo que no le llevaba más de veinte minutos. El resto del día, con un frío letal y escasas horas de luz, estaba totalmente libre. ¿Qué hacer a partir de entonces? Básicamente, sobrevivir.

Un tiempo donde Pete Fromm aprendió forzosamente a salir adelante cazando, algo que explica al detalle en episodios no aptos para personas sugestionables, y obligándose a llenar las horas en completa soledad; ejerciendo un gran autocontrol sobre sí mismo y gestionando la escasez de recursos de la mejor manera posible. De esta manera, lo que comenzó siendo casi un niño lloroso y arrepentido de su decisión cuando los guardas forestales se marcharon nada más montar su tienda, terminó convirtiéndose en un adulto totalmente autosuficiente que se sentía pleno de haber alcanzado una conexión íntima con la naturaleza y la satisfacción del trabajo duro.

Sin embargo, hay algo en la gracia de la historia que rápidamente fue desvaneciéndose para mí. Quizás sea porque durante todos aquellos meses Pete Fromm no estuvo verdaderamente solo. Cada cierto tiempo recibía la visita de los guardas forestales para comprobar que todo estaba bien. Pero también iban por su zona cazadores ilegales de pumas con los que pasaba, de vez en cuando, varios días y era invitado a ese pueblo que estaba a sesenta kilómetros. Incluso unos amigos fueron a recogerle para llevarle unos días a la ciudad y celebrar la boda de uno de ellos.

También es cierto que narrar siete meses donde no hubiera sucedido absolutamente nada habría sido muy tedioso y demasiado poco interesante pero el ensayo iba dejándome la sensación de que su mayor atractivo, el aislamiento absoluto de la civilización, no fue verdaderamente tal. Algo que no desmerece la valentía de Pete Fromm al hacer algo así (yo habría sido incapaz de aventurarme a tal empresa) pero creo que resta bastante intensidad a las expectativas con la que uno se sumerge en un relato con tal premisa.

¿Quiero decir con todo esto que Indian Creek no sea un buen libro? En absoluto. Está maravillosamente narrado, todo lo que el autor cuenta es muy interesante y, además, lo hace con un sentido del humor fantástico. ¿Significa que, irónicamente, me ha dejado un poco frío? Me temo que sí.