El aprendizaje es sencillo: todos guardamos secretos. Lo jodido es, en realidad, si debemos descubrirlos o dejarlos donde están. A resguardo. En ese cajón que es la vida íntima de cada uno de nosotros. ¿Quiénes somos nosotros para descubrir aquello que alguien no nos dice? ¿Estamos, por mucho que nos unan lazos de sangre, legitimados para sacar a la luz aquello que no se dice? Lo cierto es que no compré Mujeres que matan por ese motivo, pero al final es la pregunta que ha quedado revoloteando por los rincones de esta casa después de leerlo. Aunque no es lo único. Otro aprendizaje que parece sencillo: las mujeres son víctimas y lo siguen siendo. Esto que, para alguien con sentido común estaría claro, parece necesario que lo digan, una y otra vez, creaciones literarias que, pasando por las librerías con mejor o peor suerte, dejan su mensaje esperando que alguien lo capte. Hablaremos, por tanto, en esta reseña de las motivaciones que unen a las mujeres de esta historia sin estropear a nadie lugares del argumento que son imprescindibles para disfrutar de la novela por completo. Pero la pregunta es sencilla: ¿y si matar estuviera justificado? ¿Sería posible que matar lo viviéramos como la única consecuencia posible? ¿puede una víctima ser verdugo o, después de todo, no deja de ser víctima? La lectura nos puede ayudar a aprender tantas cosas como a nublar nuestra mente – de hecho, una obra de lectura posterior a esta ha conseguido un efecto devastador –, pero en cualquier caso, bienvenido sea el debate.

En una ciudad sin nombre donde el hambre y la violencia hace estragos, aparece el cuerpo de Magaly Jiménez. No hay duda de qué ha sucedido: se ha suicidado. Su hijo, Sebastián, empezará a indagar en la vida de su madre acompañado por una periodista que está estudiando el incremento de suicidios en mujeres en el país. Su investigación empezará a dar frutos cuando aparezca en escena el club de lectura de mujeres al que había empezado a asistir Magaly y que puede ser la razón para que su madre haya puesto fin a su vida de una forma tan repentina.

Cuando puse en las redes que había comprado este libro lo hice con un mensaje muy claro: había decidido leer la nueva novela de Alberto Barrera Tyszka – del que, después, me enteré que había ganado el Premio Tusquets de Novela de 2015 por Patria o muerte que ya tengo en mi estantería – por dos motivos: me llamó la atención el argumento y no había aparecido en ningún blog o perfil deseando leerlo. Muchas veces me sucede que, de tanto aparecer en los medios, acabo agotándome de un libro mucho antes de que haya salido y con Mujeres que matan sucedió lo contrario: no fui con ninguna expectativa porque, sencillamente, no contaba con una idea establecida de antemano. ¿El balance? Una novela muy interesante con algún desequilibrio pero que se disfruta y se reflexiona. ¿Los motivos? Ahora vamos a ello.

Lo que ha escrito el autor puede parecer sencillo: un misterio, una investigación, una resolución. Y en apariencia pudiéramos estar ante un thriller pero no creo que este sea su género. Lo más importante que sucede en esta novela no es la trama principal, que también, sino lo que gira a su alrededor y que ensucia todas las motivaciones de los personajes. En primer lugar, el país. Aunque no se diga en ningún momento, no será difícil que nos hagamos una idea de que se habla de Venezuela – país natal del autor –. La situación política y social del mismo lo impregna absolutamente todo, convirtiendo a la muerte en un acto más político que personal. En segundo lugar, el papel de las mujeres. En una época en la que la mujer está siendo el centro de los debates – después de haber sido invisibilizada durante tanto tiempo – el autor pone en situación muy bien a cada una de las protagonistas de esta historia. Cada acto tiene su explicación, lo entendemos, podemos incluso justificarlo, si bien el único elemento que me parece más forzado en la historia es el personaje de Elisa, no como personaje, sino por sus actuaciones y su forma de relacionarse con Sebastián. En tercer lugar, el significado que tiene la muerte. ¿Tiene el mismo significado una muerte u otra? ¿Miramos a la muerte si podemos justificarla o si no podemos? ¿Tiene el mismo valor para todos o, por el contrario, que alguien muera y se convierta en una simple estadística no importa? Más de una pregunta que responder, me temo.

En realidad, y lo decía al principio del anterior párrafo, lo que hace Alberto Barrera Tyszka parece sencillo, pero no lo es. Mujeres que matan es una buena novela que, si bien no llegando al sobresaliente, mantiene un buen tono y hace que el lector agradezca su posición de espectador en esta historia. Una novela que convierte a la mujer en protagonista absoluta y a los secretos en un arma politica.