El horror existe. No hay más que echar la vista a nuestro día a día y se observará que, el ser humano, produce monstruos que nuestras pesadillas no imaginan. Hablamos siempre del horror, de aquello que nos asusta, nos atemoriza, nos llena de la aprensión necesaria para ponernos a salvo, pero en las novelas, afortunadamente, nos encontramos a veces con la dureza necesaria para sorprendernos. Una vez más. En una especie de repetición de nuestra propia ignorancia. El horror existe, repito, y en esa existencia nos encontramos todos, sin excepción. Reportajes sobre extremos a los que no sabíamos que la gente es capaz de llegar; películas basadas en hechos reales; biografías de asesinos en serie; la vida filmada y escrita de aquellos pasos que llevan a la muerte de aquellos que se convierten en la historia negra de un país. La novia gitana nos enseña una parte de esa monstruosidad. Y se agradece. Porque el horror no deja de formar parte de nosotros desde que somos pequeños. Y existe, aunque eso ya lo he dicho, de muchas formas. De tantas como seamos capaces de inventarnos. La vida se mezcla con la muerte en las aceras, en un edificio tras las puertas que franquean el paso al desconocido, entre nosotros. Nadie se salva. ¿Hace que la novela negra se convierta en un reflejo de lo que sucede fuera de ella? Sin duda. ¿Es esta novela de Carmen Mola la escenificación del horror perfecta? Ahí ya empiezo a dudar un poco…

Susana Macaya, mitad gitana mitad paya, aparece muerta. El ritual no puede ser más escabroso: alguien ha introducido gusanos en su cerebro. La BAC toma el caso y descubre que la hermana de Susana, Lara, también fue asesinada de la misma forma hace unos años. Detuvieron al culpable. ¿Puede que el asesino, en realidad, esté libre? ¿Se equivocó la investigación? ¿Un imitador ha aparecido en escena? Elena Blanco y su equipo tendrá que hacer frente a muchas preguntas, mientras la propia inspectora sigue inmersa en sus propios demonios.

Si uno se preguntara algo sobre La novia gitana le diría lo siguiente: hay dos formas de leerla.

La primera, exenta de toda la publicidad que rodea al libro, hará que se disfrute mucho más. El ritmo – más lento al principio en la presentación de personajes, para ir aumentando en su última parte –; los personajes – nos hacemos una idea perfecta de todos y cada uno de ellos y tienen su momento de importancia –; la trama – bien urdida, sin cabos sueltos –, todo en su conjunto me parece que está perfectamente armado. La dosis de tensión es la necesaria. Agradezco además a Carmen Mola el librarnos de sentimentalismos y ofrecernos las visiones tan crudas que aparecen en la novela. Una de esas novelas que, mientras se leen, se disfrutan de una forma increíble. Y aunque no me guste en exceso el dato tan evidente de una segunda parte, por el cansancio que me está produciendo que ya aparezcan series de absolutamente todo, creo que esta primera entrega puede convertirse en una buena lectura y en una de las más entretenidas del año.

La segunda forma de empezar esta novela sería, y aquí está el problema para mí, haber comenzado a leerla haciéndose eco de toda la publicidad que ha generado. Si uno echa mano de la faja que aparece en La novia gitana, observará que pone lo siguiente: “Extrema. La novela policíaca más revulsiva de la literatura española (…)”. Y al terminar la novela – sin que eso invalide todo lo que he dicho antes de la obra – me quedaba con la sensación de no haber estado ante la novela que me proponen en la publicidad. Sí, es cierto, tiene elementos duros, la escritura es buena, pero no deja de parecerme una novela más buena que la media, pero en la que encuentro elementos de otras muchas novelas – y películas – que he leído o visto a lo largo de los últimos años. ¿Era necesario, por tanto, exclamar a los cuatro vientos que esta era la novela que más iba a cambiar el panorama literario del país? No lo creo. Se me queda atragantada una sensación agridulce porque, pensándolo bien, creo que hubiera disfrutado muchísimo más de la novela si no hubiera tenido una expectativa tan alta. Porque creo realmente que la obra de Carmen Mola es buena. Me ha gustado, la recomendaría, pero poniendo por delante que nadie piense que es “la mejor novela de este año”. Eso son palabras mayores.

A modo de breve comentario: me importa poco – o mejor dicho, nada – quién se esconda detrás del nombre de Carmen Mola. Si es un hombre, una mujer, si es su primera novela, o resulta que es la décima. Buscaba disfrutar de esta novela, lo he hecho, y eso es lo importante.

Decía al principio que el horror existe. Y hay que tener clara una cosa antes de empezar con La novia gitana: sobre todo, en su última parte, se tratan temas lo suficientemente sensibles como para que alguien se vea revuelto por dentro. Porque hay un horror que, por encima de todo, afecta más directamente: el producido a los niños. Y es que, a veces, nos olvidamos de algo bastante claro: el horror no nos distingue a nadie y, cuando te atrapa, no soltará nunca sus fauces.